El tonto de tanatorio es un personaje que no siente respeto por la muerte, ni por el dolor ajeno, ni por la oración del sacerdote. Estaba yo rezando un responso ante los restos mortales de un hombre, junto a la viuda y los hijos, cuando entró en la sala un tonto de tanatorio. En mitad de la oración se adelantó, besó a la viuda, se quedó mirando al difunto y dijo a la pobre mujer: «¡Que guapo te lo han dejado!». Yo no sabía dónde meterme.
¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, que os parecéis a los sepulcros blanqueados! Por fuera tienen buena apariencia, pero por dentro están llenos de huesos de muertos y de podredumbre.
Por muy guapo que te lo dejen, un muerto es un muerto, y la muerte es fea. El Crucifijo, sin embargo, es hermoso. Su belleza no proviene de los hombres, ni del trabajo de celadores de funeraria, ni siquiera de los amorosísimos bálsamos de la Magdalena. La belleza del Crucifijo brota de un corazón atravesado que ha derramado su perfume sobre la tierra y ha convertido la muerte en Amor y en Vida. Quien repara en esa belleza entiende que ese Hombre resucitaría.
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