La Resurrección del Señor

24 agosto, 2024 – Espiritualidad digital

Esa secreta presencia de Judas

El pasaje termina en el versículo 69, con la confesión de Simón: Señor, ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna. El versículo 70, que no se lee hoy, prosigue: Jesús le contestó: «¿Acaso no os he escogido yo a vosotros, los Doce? Y uno de vosotros es un diablo».

Judas está secretamente presente en este evangelio: Y, con todo, hay algunos de entre vosotros que no creen. Él se había escandalizado de las palabras de Jesús, al igual que todos aquellos que se echaron atrás y no volvieron a ir con él. Pero, a diferencia de ellos, Judas se quedó junto al Señor. Se quedó con el alma envenenada, e introdujo a Satanás en el colegio apostólico. La historia sabéis bien cómo acabó.

«Yo voy a misa, pero comulgo sin confesar porque ya me confieso directamente con Dios». «Aunque la Iglesia diga que esto es pecado, para mí no lo es». ¿Imagináis que alguien quisiera jugar un partido de fútbol y pensara: «Yo juego, pero cojo el balón con la mano, porque para mí eso no es falta»?

O dentro, o fuera. Pero permanecer dentro con el espíritu de rebeldía es ocupar el puesto de Judas.

(TOB21)

La autoestima y san Bartolomé

Creo haberlo escrito más veces. Me llama la atención cómo, con Jesús, las presentaciones son, muchas veces, al revés. Lo normal es: «Hola, soy Antonio», «Hola, soy Manuel, encantado». Pero, con Jesús, Él te dice quién eres tú y tú le dices quién es Él: Ahí tenéis a un israelita de verdad, en quien no hay engaño… Rabí, tú eres el Hijo de Dios, tú eres el Rey de Israel. Con Simón sucedió algo parecido; Jesús lo llamó Pedro. ¿Cómo te llama a ti Jesús cuando habláis? ¿Qué dice de ti?

Ahora nos ha entrado la fiebre de la autoestima, y queremos que la gente se crea Supermán. Me decía una mujer que, por consejo de su psicóloga, cada mañana se miraba al espejo y se decía: «¡Guapa!». En fin…

Los cristianos no necesitamos esas tonterías. Nuestro espejo es Cristo. Y Él nos dice, como a Bartolomé, quién somos: «Señor, soy un desastre». «Sí, hijo, eres mi desastre favorito, el desastre a quien Yo amo. Vales toda mi sangre. Y, a través del desastre que eres tú, Yo haré maravillas porque me he encaprichado contigo». Eso te reconcilia contigo mismo. ¿Cómo no voy a quererme, si Jesús me quiere así?

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