La parábola de los obreros contratados para la viña, leída en una economía de mercado como la nuestra, puede resultar engañosa. Vamos a despojarla del disfraz mercantil, y veremos en qué queda el asunto.
El reino de los cielos se parece a un propietario que al amanecer salió a contratar jornaleros para su viña. Después de ajustarse con ellos en un denario por jornada, los mandó a la viña.
En este mundo, si trabajas para alguien u obedeces a alguien, esa persona obtiene un beneficio económico de tu trabajo, o incrementa su poder. Dios, sin embargo, no necesita nada de nosotros, todo lo tiene en su mano y su poder es absoluto. Si nos llama a trabajar para Él, no es para enriquecerse. Es para endiosarnos a nosotros, para hacernos partícipes de su interior y para que hagamos sus obras.
Además, en este mundo, quien contrata a una persona busca al más capaz para realizar ese trabajo. Dios, sin embargo, llama a inútiles y zoquetes para que obren milagros, porque es Él quien actúa a través de ellos.
En definitiva, Dios no nos llama porque nos necesite, ni porque seamos buenos. Nos llama porque Él es bueno y nos ama.
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