Al ver marchar al joven rico, Jesús se entristeció. Y sangró su corazón a través de sus labios:
En verdad os digo que difícilmente entrará un rico en el reino de los cielos. Lo repito: más fácil le es a un camello pasar por el ojo de una aguja, que a un rico entrar en el reino de los cielos.
Los apóstoles, ante estas palabras, se estremecieron:
Entonces, ¿quién puede salvarse?
Sin embargo, Jesús había dicho la verdad, y aquel joven, con su reacción, la había confirmado. La dificultad que tiene el rico para entrar en el reino de Dios es que se engaña a sí mismo. No deja nada, simplemente recubre su vida burguesa con prácticas piadosas, y se cree salvado.
El pobre resta. Tiene cinco panes y dos peces, y se queda sin ellos. Será Dios quien sume vida y amor eternos a la resta del pobre. Pero el rico suma: a sus bienes temporales suma, mediante su pretendida piedad, bienes espirituales. Y cree que ya lo tiene todo en la tierra y en el cielo. Pero no hay renuncia, ni muerte a sí mismo, ni abnegación, ni Cruz. No es un santo; es un rico que reza.
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