Dirás que la Asunción de la Virgen en cuerpo y alma a los cielos no ha sido relatada por los evangelios. Es verdad, pero la Iglesia desde los comienzos creyó en ella. La tradición oriental de la Dormición asegura que María murió, resucitó y fue llevada al cielo. La tradición occidental de la Asunción asegura que a la Virgen se le ahorró el trance de la muerte, y fue llevada al cielo al culminar su vida. La Iglesia, en el dogma de la Asunción, recoge lo que ambas tradiciones nos han legado: que la Madre de Dios fue llevada al cielo en cuerpo y alma.
Esa tradición viene de los primeros cristianos. Pero, también, de un piadoso sentido común, porque no podía ser de otro modo.
¿Cómo iba a ser pasto de gusanos el cuerpo inmaculado desde su concepción que jamás se desposó con el pecado, ni siquiera venial?
¿Cómo iba a sufrir la putrefacción el cuerpo que, durante nueve meses, fue sagrario del Verbo divino, o los pechos que alimentaron al Hijo de Dios?
¿Cómo iba a corromperse en la fetidez de la muerte la criatura más hermosa jamás creada por Dios?
Realmente, no podía ser de otro modo.
(1508)