¡Menuda matraca! Y, encima, sabiendo que lo tiene todo perdido, porque Jesús no había sido enviado a los paganos, sino a las ovejas descarriadas de Israel. Pero no había forma de callarla.
Ten compasión de mí, Señor Hijo de David. Mi hija tiene un demonio muy malo.
Y grita, y grita, y grita más mientras camina detrás de Jesús y los discípulos. Jesús la ignora, sigue caminando como si no existiese, pero los discípulos no llevaban paracetamol encima, y no aguantaban más aquella matraca.
Atiéndela, que viene detrás gritando.
Jesús, finalmente, la atendió. Y le concedió cuanto pedía. Por pesada, como aquella viuda inoportuna de la parábola.
Hay gente que pide cosas buenas a Jesús, pero se cansan de pedir. Y disfrazan su cansancio de consideración: «Pobre Señor, estoy siendo muy pesado con Él, va a decirme que no le dé la matraca». No hagáis eso. Si sabéis que lo que pedís es bueno, sed pesados, si es preciso, hasta la extenuación; la vuestra y la del Señor. Al Señor le gusta que seamos pesados. Santa Mónica fue más pesada que esta mujer, y obtuvo la conversión de Agustín. Cristo siempre se rinde a los pesados que piden cosas buenas.
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