La Resurrección del Señor

3 agosto, 2024 – Espiritualidad digital

El alimento que perdura

Se me acercó una mujer y me pidió: «Padre, rece por mi marido, que está muy enfermo, al borde de la muerte». Le respondí: «Claro que rezaré. ¿Quieres que vaya a confesarle y a administrarle la santa unción?». Me dijo: «No, padre, que me lo asusta. Sólo rece por él».

Me buscáis no porque habéis visto signos, sino porque comisteis pan hasta saciaros.

Si le hubiese dicho: «Ve nueve días seguidos a Misa, y tu marido se curará», lo habría cumplido sin dudarlo. Pero habría ido a Misa para obtener un milagro, no para obtener vida eterna.

Han pasado dos mil años desde que Cristo vino al mundo, y hay algo que aún no hemos entendido: El Hijo de Dios no se ha encarnado para solucionar los problemas de nuestra vida temporal, sino para que tengamos vida eterna. Él mismo quiso padecer la enfermedad y la muerte para que nosotros recibamos la gracia del cielo.

No digo que no pidáis milagros. Pedidlos, yo también los pido. Y Dios hará lo que más convenga. Pero, sobre todo, trabajad no por el alimento que perece, sino por el alimento que perdura para la vida eterna. Los milagros pasan, la vida eterna no.

(TOB18)

Y fueron a contárselo a Jesús

Cuando en un pasaje del Evangelio no aparece Jesús, me falta algo. Y, en el evangelio de la misa de hoy, que nos cuenta el martirio del Bautista, Jesús no aparece… hasta el «The End». Él es la última palabra.

Sus discípulos recogieron el cadáver, lo enterraron, y fueron a contárselo a Jesús.

Entonces me quedo allí, como el que se sienta en la última piedra del borde del camino. Y pienso que a Jesús le presentaban los hombres sus dolores, sus enfermedades, sus angustias, sus quejas… Apenas aparece quien se acerque a Él con una buena noticia. A los sacerdotes nos sucede lo mismo: la gente viene a contarnos sus penas y sus pecados. Por eso agradecemos que una joven nos diga que espera un bebé, o que un enfermo nos llame al salir del hospital para compartir con nosotros su alegría.

A Jesús también le dieron unas pocas buenas noticias. Recuerdo a los apóstoles, cuando volvieron de su misión, contándole a Jesús cómo se les sometían los demonios. O a aquel leproso curado, el único entre diez que fue a darle gracias al Maestro.

Contémosle a Jesús nuestras cosas. Pero no sólo las malas. Démosle alegrías al Señor.

(TOP17S)

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