La Resurrección del Señor

agosto 2024 – Espiritualidad digital

Gente sostenible

La sexta bienaventuranza promete que los limpios de corazón verán a Dios. Es como si te dicen que quien tenga las gafas limpias verá las nubes. En esta vida, a Dios lo vemos con el alma. Si el corazón está sucio, el alma está ciega. Y, creedme, ver a Dios es, en esta vida, la dicha suprema.

Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí. El culto que me dan está vacío, porque la doctrina que enseñan son preceptos humanos. Los judíos tenían un concepto carnal del pecado. La pureza, para ellos, consistía en tener las manos limpias. Me acuerdo de la pandemia de 2020, menuda obsesión con el gel hidroalcohólico, yo casi me dejo la piel de las manos en los enjuagues. Pero nuestra sociedad es así: si no fumas, si reciclas, si eres verde y sostenible estás salvado… ¿de qué? Preferiría ir al cielo con mi pipa que ir al infierno con el tapón pegado a la botella de agua.

Cuidad, ante todo, la limpieza del corazón. Confesad con frecuencia, amad a la Virgen, sed castos, mirad al cielo diariamente en vuestra oración. Y, luego, los envases de plástico al cubito amarillo.

(TOB22)

Y, además, lo pasamos bien

Hablábamos ayer de la muerte, y con ella seguimos, porque de ella hablan estas parábolas.

Pensar que, puesto que vamos a morir, mejor emplear la vida en pasarlo bien es una frivolidad. Quien así piensa olvida que, tras la muerte, habrá un juicio; que la vida se nos ha dado, y se nos ha dado para algo; y que de ese algo tendremos que rendir cuentas.

Un hombre, al irse de viaje, llamó a sus siervos y los dejó al cargo de sus bienes. Estamos en el mundo para dar fruto y, por eso, la vida es trabajo que debe realizarse con alegría, paz y amor de Dios.

Señor, cinco talentos me dejaste; mira, he ganado otros cinco. Es preciso emplear la vida en anunciar la victoria de Cristo. Quizá, mientras lo hacemos, nos parezca trabajo estéril, porque muchos no quieren acoger a Jesús. Pero Dios mismo se encargará de que nuestro anuncio dé fruto.

Si vivimos así, como quienes trabajan para Dios, quizá nos demos cuenta, al final de la vida, de que, además, lo hemos pasado muy bien, mejor que nadie. Y todo ello en medio de cansancios, pero abrazados por un Amor que hace dulce la vida.

(TOP21S)

El suplemento de aceite

Diez vírgenes. Cinco necias, y cinco prudentes. Las necias, al tomar las lámparas, no se proveyeron de aceite; en cambio, las prudentes se llevaron alcuzas de aceite con las lámparas.

¿En qué consiste ese suplemento de aceite que salvó a las vírgenes prudentes? Os pondré un ejemplo. Pero tened en cuenta, para que lo entendáis, que ninguna de las diez vírgenes permaneció en vela, todas se durmieron… Es decir, todas pecaron. Aquí no hay buenas y malas, todas son pecadoras. Hay necias y prudentes.

El segundo mandamiento de la santa Madre Iglesia nos pide confesar al menos una vez al año. Es, digamos, lo mínimo para que el ángel custodio no tenga que ir con mascarilla. Si una persona confiesa por Pascua florida, cumple con el mandamiento. Y, si le llega la muerte al final de la Cuaresma siguiente… ¿cómo la encontrará? Mejor no pensarlo. Pero si una persona confiesa cada quince días, cuando Dios la llame encontrará su alma recién confesada. Las dos personas pecan, pero una estará mucho mejor dispuesta que otra.

Ése es el suplemento de aceite. Y, por poner otro ejemplo: si vas a misa todos los días, seguro que la muerte te encuentra recién comulgado.

(TOP21V)

Le valió la pena

El martirio de Juan Bautista, preludio de la Pasión de Cristo, es un enorme interrogante.

Quiero que ahora mismo me des en una bandeja la cabeza de Juan el Bautista.

¿Por qué ese odio, por qué esa violencia del mundo contra Cristo que no se ha apagado en dos mil años? ¿Por qué a los sacerdotes nos insultan por la calle personas que no nos conocen, y que parecen soltar espumarajos por la boca a la vista de un alzacuellos?

Sólo se me ocurre una respuesta: Creo que, mientras haya un profeta, un santo, un verdadero cristiano en el mundo, aunque sea uno solo, el mundo sabrá que no puede pecar tranquilo. Y eso no lo soporta.

Y, al final, ¿para qué? Juan no logró que Herodes se separara de Herodías, lo único que logró fue que lo matasen. ¿Le valió la pena? La respuesta siempre es «sí». Y podemos afirmar, sin ninguna duda, que, de haber sabido cómo sería su final, Juan hubiera hecho exactamente lo mismo. Porque su misión iba mucho más allá de Herodes: él, que señaló con su dedo al Cordero, es la flecha que apunta al Crucifijo. Es el mayor de los nacidos de mujer.

(2908)

Sepulcros blanqueados y tontos de tanatorio

El tonto de tanatorio es un personaje que no siente respeto por la muerte, ni por el dolor ajeno, ni por la oración del sacerdote. Estaba yo rezando un responso ante los restos mortales de un hombre, junto a la viuda y los hijos, cuando entró en la sala un tonto de tanatorio. En mitad de la oración se adelantó, besó a la viuda, se quedó mirando al difunto y dijo a la pobre mujer: «¡Que guapo te lo han dejado!». Yo no sabía dónde meterme.

¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, que os parecéis a los sepulcros blanqueados! Por fuera tienen buena apariencia, pero por dentro están llenos de huesos de muertos y de podredumbre.

Por muy guapo que te lo dejen, un muerto es un muerto, y la muerte es fea. El Crucifijo, sin embargo, es hermoso. Su belleza no proviene de los hombres, ni del trabajo de celadores de funeraria, ni siquiera de los amorosísimos bálsamos de la Magdalena. La belleza del Crucifijo brota de un corazón atravesado que ha derramado su perfume sobre la tierra y ha convertido la muerte en Amor y en Vida. Quien repara en esa belleza entiende que ese Hombre resucitaría.

(TOP21X)

Sobre mosquitos y apariencias

Supongo que se trataba de un refrán de la época, pero no deja de ser graciosa la imagen con que Jesús acusa a escribas y fariseos: ¡Guías ciegos, que filtráis el mosquito y os tragáis el camello! Acto seguido, lanza contra ellos otra acusación muy parecida: ¡Limpiáis por fuera la copa y el plato, mientras por dentro estáis rebosando de robo y desenfreno!

Cuidar lo pequeño (el mosquito) y descuidar lo grande (el camello) es propio de puntillosos y maniáticos, quienes, además, suelen ser terriblemente intolerantes. Y cuidar lo de fuera descuidando lo de dentro es propio de hipócritas.

Los santos han comenzado por mirar la grandeza; han vivido de un Amor enorme y divino, descubierto en la contemplación embelesada de la Cruz, y en esa fuente han bebido lo más grave de la ley: la justicia, la misericordia y la fidelidad. Allí se enamoraron y, fruto de ese enamoramiento, han cuidado también, y mucho, lo pequeño. Han sido detallistas, pero no puntillosos ni maniáticos, porque todo lo hicieron con paz y comprensión hacia los errores ajenos.

En cuanto a «lo de fuera»… Nunca se molestaron en aparentar. Dejaron que el amor de su corazón se mostrase tal cual es.

(TOP21M)

El altar de Dios y el fuego del cielo

Me troncho con las sacristanas de mi parroquia. Hace tiempo les expliqué que el altar no es una mesa, ni es lugar donde dejar los trapos mientras se limpia el presbiterio, porque el altar es tierra sagrada, y cuanto allí se deposita queda consagrado a Dios. Con humor, pero con verdad, dijo una: «Entonces, si dejo ahí el trapo, bajará fuego del cielo sobre el trapo y arderá como los holocaustos de la Biblia». ¡Exacto! Peor es explicárselo a los obreros que vienen a hacer reformas en el templo. Con esos omito lo del fuego; les dejo una mesa junto al altar y les pido que dejen las cosas allí. Ni caso. Y no baja fuego, qué lástima.

¿Qué es más, la ofrenda o el altar que consagra la ofrenda? Venerad el altar. Mirad que la Misa comienza y termina, precisamente, con un beso a esa piedra, porque es territorio divino. De hecho, durante la misa, desplaza al mismo sagrario como centro de atención, y la reverencia al altar sustituye a la genuflexión.

Sobre ese altar depositamos cada día nuestras vidas, y el fuego del Espíritu baja del cielo y las une al cuerpo y sangre de Jesús. Bendito altar.

(TOP21L)

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