Marta está enfadada; como casi siempre. Cuando Jesús le promete que su hermano resucitará, responde: Sé que resucitará en la resurrección en el último día. No es una profesión de fe; ésa vendrá después. Es una regañina: «¡Ya sé que al final de los tiempos todos resucitaremos! Pero yo he perdido a mi hermano y ya no escucho su voz en mi casa».
Esperaba otra cosa. Habían avisado a Jesús hacía una semana de que su amigo estaba enfermo. Y creían que no lo dejaría morir. Pero no sabían cómo trata Jesús a sus amigos.
Jesús dejó morir a Lázaro, y vino cuatro días después. Se comprende el enfado de Marta. Pero, bajo sus vísceras, latía un corazón rendido al Maestro: Señor: yo creo que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios, el que tenía que venir al mundo. He ahí su profesión de fe.
Jesús resucitó a Lázaro, y todo quedó compensado. Pero les dejó una lección: quiere que sus amigos vivan de fe, y los pone a prueba para que su fe crezca y tengan vida eterna. Así es Jesús: a los de lejos les cura los enfermos, a los de cerca los bendice con la Cruz.
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