Hoy y mañana asistimos al prefacio de un período fascinante de la Pascua que comenzará el lunes próximo: el discurso del Pan de vida. En la tercera semana del tiempo pascual, la Iglesia centra su mirada en la Eucaristía como el alimento nuevo del nuevo hombre nacido de Dios. La vida recién estrenada requiere un pan nuevo, celeste, que nos hace gustar dulzuras de cielo mientras caminamos en la tierra.
Jesús tomó los panes, dijo la acción de gracias y los repartió. Así anunciaba cómo su propio cuerpo, subido al Calvario y encaramado a la Cruz, sería partido como pan para ser alimento de su pueblo. Cada vez que el sacerdote, antes de la comunión, parte la sagrada Hostia, recuerda ese momento. Porque fue entonces, cuando Cristo inclinó la cabeza y murió, cuando se quebraron todas las hostias de todas las misas que se celebran en el mundo. ¡Qué instante tan tremendo!
Dedica estos días a gozar de la Eucaristía. Que tus comuniones no sean menos conmovedoras que aquel encuentro entre Jesús y María Magdalena a las puertas del sepulcro. Abrázate a Él, como ella, llora como ella lloró, y procura retenerlo aunque, una vez más, Él vuelva a escaparse.
(TP02V)