Hoy, ante el Mar de Galilea y esa barca que recibe un grito venido de la orilla, con gusto me sometería a un trasplante doble. Quisiera los ojos de Juan y el corazón de Pedro.
Y aquel discípulo a quien Jesús amaba le dice a Pedro: «Es el Señor». Quisiera los ojos de Juan para ver al Señor en la orilla, convirtiendo el mar de mi vida en camino hacia Él. Curarme esa miopía que me impide alcanzar el horizonte y clava mi mirada en lo cercano, en las olas que amenazan y los tablones cascados de una barca que se desvencija. Si tuviera los ojos de Juan, los lanzaría lejos y, viendo a Jesús en la orilla, se apaciguarían mis temblores.
Simón Pedro, que estaba desnudo, se ató la túnica y se echó al agua. Quisiera el corazón de Pedro para dejarlo todo atrás, para lanzarme al agua sin miedo, con santa prisa, en busca del abrazo definitivo del Señor. ¿Por qué temer a la muerte, si tras ella está Jesús? Si tuviera el corazón de Pedro, dejaría de darle vueltas a lo fría que está el agua y lo encrespado que está el Mar; me entregaría del todo.
(TP01V)