No deja de ser sorprendente el que, en el día más alegre de la Historia, la liturgia nos presente un sepulcro:
María Magdalena fue al sepulcro al amanecer, cuando aún estaba oscuro.
Uno esperaría otra forma de anunciar la vida. Pero un sepulcro… Para muchos, el sepulcro es el símbolo de la muerte, el inevitable final de trayecto de una calle sin salida. ¿Por qué la Iglesia nos presenta hoy un sepulcro?
¡Porque está vacío! Hace dos meses lo visité por sexta vez, y está vacío. Ya lo estaba cuando, antes de que llegaran las mujeres, el ángel corrió la piedra. Jesús no había salido por allí, sino que había roto la muerte y había pasado al otro lado, al de la eternidad, dejando la grieta abierta tras de Sí. ¿No habéis ido a ese sepulcro? ¡Id! Desde allí se divisa el cielo.
Egipto está lleno de tumbas. Tumbas llenas de momias. En Jerusalén hay una tumba vacía y rota hacia la eternidad.
¿Y dónde está ahora Jesús, triunfador de la muerte? En el cielo, en el altar, en nuestras almas en gracia, en nuestros cuerpos cuando comulgamos… En nuestro gozo lleno de Dios.
¡Cristo ha resucitado! ¡Feliz Pascua! ¡Aleluya!
(TPA01)