Comencemos también hoy nuestra oración con un salmo: Si mi enemigo me injuriase, lo aguantaría; si mi adversario se alzase contra mí, me escondería de él; pero eres tú, mi compañero, mi amigo y confidente, a quien me unía una dulce intimidad (Sal 55, 13-15).
En verdad os digo que uno de vosotros me va a entregar. Al Señor le dolió más la traición de Judas que todos los desprecios de Caifás y de Herodes, todos los latigazos de los soldados y todas las burlas de los fariseos. Porque Judas era su íntimo, su elegido, el que comía con Él: Incluso mi amigo, de quien yo me fiaba, que compartía mi pan, es el primero en traicionarme (Sal 41, 10).
¡Qué terrible responsabilidad, la de quienes comulgamos a diario! ¿Sois conscientes de que nuestros pecados hieren mucho más el corazón de Cristo que los de quienes no lo conocen? Jamás frivolicéis con el pecado venial. Porque quizá hiera mucho más al Señor un pecado venial nuestro que un pecado mortal de quien está lejos.
Con todo, a estas palabras también podéis darles la vuelta: Nadie puede consolar a Jesús como nosotros, sus amigos. Permanezcamos a su lado esta Semana Santa.
(XSTO)