Libros

abril 2023 – Espiritualidad digital

¡Salve, puerta!

¿Pensáis que quienes escuchaban a Jesús entendían sus palabras? Yo creo que no.

Ellos no entendieron de qué les hablaba. Eso me da la razón. Y, seguidamente, Jesús añadió una explicación que, en apariencia, lo ponía más difícil. Yo soy la puerta de las ovejas. En la primera parte del discurso, Cristo es el pastor: El que entra por la puerta es pastor de las ovejas. A este le abre el guarda. ¿Puede ser, a la vez, pastor y puerta?

Permitidme aventurar una explicación. Creo que la imagen de la puerta tiene dos referentes distintos.

Cuando Cristo dice yo soy la puerta se refiere a la Cruz. Ella es la puerta abierta en la muerte que nos permite entrar en el cielo.

Pero, en la primera parte del discurso, la puerta es la Virgen, a quien saludamos en un himno como «Puerta que dio paso a nuestra luz». A través de ella entró el buen Pastor. Y el guarda, que hasta entonces era el Príncipe de este mundo, se echó atrás, aterrado, desde su concepción inmaculada. Por eso, quien pasa a través de María es el buen Pastor. Si alguien me habla bien de la Virgen, puedo fiarme de él.

(TPA04)

“Evangelio

Los sabios de Dios

Decimos «sabio», y pensamos en un anciano, a ser posible con barba blanca y gafas para atenuar la presbicia que surgió de tantas lecturas. Como aquel enanito sabio de Blancanieves, vamos. Paradójicamente, Jesús dice «sabio» y piensa en un niño. Ya se ve que la sabiduría de Dios, tan citada en las Escrituras, no coincide con la sabiduría del mundo.

Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos, y se las has revelado a los pequeños. No voy a seguir viendo «The Chosen». Me hace daño. No quiero imaginarme la cara de un actor cada vez que hablo con el Señor. Prefiero al Cristo de Velázquez, cuyos cabellos le ocultan el rostro. Pero, en el tercer episodio, Cristo aparece enseñando a los niños. Los niños escuchan absortos, en silencio. Sólo preguntan y responden a las preguntas del Maestro. Así se aprende.

La sabiduría del cielo la reciben los niños, quienes saben escuchar a Dios, quienes aman el silencio. El soberbio, el adulto, ya sabe lo que Dios le va a decir. El niño escucha y se sorprende, su alma es como cera donde Cristo imprime su sello.

(2904)

“Evangelio

Hasta los calvos quieren ser amados

El discurso del Pan de vida está plagado de expresiones sedientas de eternidad: El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día… El que come este pan vivirá para siempre… «Vida eterna», «el último día», «para siempre»… Son palabras que quieren rasgar el horizonte y perpetuar el amor que llevan cogido de la mano. ¿Acaso los enamorados no las dicen muchas veces? «Amor eterno», «te querré siempre», «te amaré hasta el final»…

En cierta ocasión, un novio que accedía a casarse en la Iglesia por cariño hacia su novia, pero que afirmaba no tener fe, me dijo: «Yo sólo creo en lo efímero». Lo comprendo. Estaba calvo como una bola de billar. Pero se mentía a sí mismo. No hay nadie en este mundo que no aspire, aunque sea secretamente, a amar y ser amado para siempre. El corazón humano tiene ansia de eternidad.

Ese anhelo lo hace verdad la Eucaristía. Por ella, el cristiano es elevado hasta el cielo, unido al Cuerpo del Señor, y comparte con Él esa vida eterna, que está por encima de los vaivenes de este mundo, y también, desde luego, de la alopecia.

(TP03V)

“Evangelio

¡Oh, sagrado convite!

¡De qué forma tan maravillosa se unen, en la Eucaristía, el cielo y la tierra sobre el altar! Tan sólo un finísimo velo los separa: la humilde apariencia de pan y de vino. Si esa tela se rasgase, y pudiéramos ver, moriríamos de gozo. En ningún momento está el hombre más cerca del cielo durante su vida mortal que cuando participa con fe en la Eucaristía.

Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo; el que coma de este pan vivirá para siempre. En cada misa, el Pan baja del cielo a la tierra y el hombre sube de la tierra al cielo. Cuando el sacerdote lo toma en sus manos por vez primera, ese pan es «fruto de la tierra y del trabajo del hombre». Una pobre ofrenda, que representa la pobre ofrenda de nuestras pobres vidas. Pero, al pronunciar las palabras de la consagración, Cristo, traído desde el cielo por el Espíritu, secuestra la apariencia de ese pobre pan y lo convierte en Pan de vida, su propio cuerpo. Y entonces, cuando el cristiano en gracia lo devora, es levantado por encima de la muerte y sentado en el cielo junto a Cristo.

¡Oh, sagrado convite!

(TP03J)

“Evangelio

El que sabe sabe

Algunas veces, parece Dios querer comerse el mundo. Nada tiene de extraño. ¿Acaso no devoramos nosotros a Dios cada día? ¿Y no nos sabe bien? ¿Por qué no iba Dios a querer saborear también el mundo que ha creado? Se queja en el Apocalipsis de que un mundo tibio le provoca el vómito (Cf. Ap 3, 16). Y nos pide que seamos nosotros, los cristianos, quienes aportemos sabor a la Creación.

Vosotros sois la sal de la tierra. Somos los encargados de que el mundo sepa bien. Pero, en español, el verbo «saber» está emparentado tanto con sabor como con sabiduría. En la medida en que somos realmente sabios, es decir, en la medida en que nos adentramos en el conocimiento de Cristo y saboreamos su dulzura, aportamos sabor y saber al mundo. San Isidoro era sabio y santo a la vez, porque se adentró en el conocimiento de Cristo y disfrutó de su sabor. Sus «Etimologías» saben a Cristo.

Pero si la sal se vuelve sosa… Si nosotros olvidásemos a Cristo, ¿qué sería del mundo? ¿Qué sería de nosotros? Quedaríamos convertidos en un grupo de personas con buenas intenciones. Y el mundo se volvería insípido al paladar de Dios.

(2604)

“Evangelio

Triunfadores

Las últimas palabras que Jesús pronunció sobre la tierra han llegado hasta nosotros en dos versiones: la de Mateo y la de Marcos. Probablemente, son dos subrayados de un mismo discurso. San Mateo hace hincapié en la extensión del Evangelio y el Bautismo a todos los pueblos. San Marcos, quien también resalta la propagación de la buena nueva a toda la creación, se fija en los signos que, según Jesús, acompañarán a los creyentes en su anuncio: Echarán demonios en mi nombre, hablarán lenguas nuevas, cogerán serpientes en sus manos y, si beben un veneno mortal, no les hará daño. Impondrán las manos a los enfermos, y quedarán sanos.

Son claros signos de triunfo, como corresponde a quienes, en Cristo, han vencido a la muerte. Y es que esa victoria es la principal noticia que debemos ofrecer a los hombres. Por eso debemos caminar por el mundo como triunfadores; porque, en Cristo, lo somos.

¡Fuera el pesimismo! ¡Fuera el desaliento! Dice san Pedro: Descargad en él todo vuestro agobio, porque él cuida de vosotros (1Pe 5, 7). Somos hijos de Dios, el cielo y la tierra nos pertenecen. Tengamos la humildad de los hijos pequeños, pero ¡que se nos note!

(2504)

“Evangelio

Mercadona y los alimentos perecederos

naranjasNo está mal trabajar para comer. Mejor ganar el pan con el sudor de la frente que ganarlo con el sudor del de enfrente, que también de ésos tenemos unos cuantos. Pero el trabajo es algo demasiado digno como para agotarlo en Mercadona. Trabajas, comes, y después te mueres. Es lo que tienen los alimentos perecederos: perece el alimento, y perece quien lo come. Y no te engañes: también las latas de sardinas son alimentos perecederos. Aunque tarden más en perecer.

Trabajad no por el alimento que perece, sino por el alimento que perdura para la vida eterna, el que os dará el Hijo del hombre. Se entiende que aquellos hombres, acostumbrados a lo perecedero, preguntasen a Jesús: ¿Qué tenemos que hacer para realizar las obras de Dios? Es decir: ¿Qué trabajo es ése?

Que creáis en el que él ha enviado. ¡Bendito trabajo! Trabajo de oración, de contemplación, de fe. Una oración y una fe que perfuman de vida eterna el desgaste diario. Porque quien reza convierte el trabajo en oración y ofrenda a Dios. Y no agota el fruto de su esfuerzo en Mercadona, porque el propio Mercadona se llena de Dios cuando un santo cruza sus puertas.

(TP03L)

“Evangelio

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