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18 marzo, 2023 – Espiritualidad digital

Cuando te cambia la cara

Tiene su gracia el que aquel ciego de nacimiento, tras ser sanado por Cristo, resultara irreconocible para quienes habían vivido junto a él: Y los vecinos y los que antes solían verlo pedir limosna preguntaban: «¿No es ese el que se sentaba a pedir?» Unos decían: «El mismo». Otros decían: «No es él, pero se le parece».

Es fácil de explicar. Unos ojos abiertos transforman el rostro, lo iluminan. A este hombre le había cambiado la cara.

Y eso es lo maravilloso. Era un hombre sencillo, no era teólogo. Ni siquiera sabía leer. Pero le había pasado algo. Y algo grande, porque había recuperado la vista. Le dijeron: «Da gloria a Dios: nosotros sabemos que ese hombre es un pecador». Contestó él: «Si es un pecador, no lo sé; solo sé que yo era ciego y ahora veo». Ahí queda eso. A ver con qué argumento haces que no haya sucedido lo que ha sucedido.

El gran problema de muchos cristianos es que no les ha sucedido nada con el Señor. Nunca se acercaron lo suficiente. Pero si tú te acercas a Cristo y te dejas sanar por Él, te cambiará hasta la cara. Y, entonces, tu testimonio será irrebatible.

(TCA04)

Publicanos de temporada

parábola del fariseo y el publicanoLa parábola del fariseo y el publicano puede resultar cómoda o incómoda, según quién la lea y cuándo la lea. Cuando un cristiano piadoso se dispone a acercarse al confesonario para acusarse de sus culpas, no debería ser difícil hacer la oración del publicano:

¡Oh, Dios! Ten compasión de este pecador.

Con todo y con eso, no todos la hacen. En ocasiones, se nos presenta el fariseo en el quiosco de los pecados: Te doy gracias porque no soy como los demás hombres: ladrones, injustos, adúlteros; ni tampoco como ese publicano. «Ni como mi marido (cámbiese a «mi mujer» si procede). No hay quien lo aguante. Y yo soy muy paciente, ¿sabe? Pero llega un momento en que ya no puedo más, y ayer le tiré la plancha a la cabeza. No acerté, me cargué el espejo del salón».

Bueno, estas cosas suceden de vez en cuando. Pero, por lo general, un cristiano piadoso acude a confesar reconociendo sus pecados. No es demasiado difícil humillarse en ese escenario.

Cuando es difícil es cuando te humillan, cuando te tratan mal o te desprecian. Si, en ese momento, sabes decir: «Soy un pecador, lo he merecido por mis culpas», entonces, dichoso tú.

(TC03S)

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