Hace más de treinta años, un amigo, viendo que yo iba a misa todos los días, se sinceró conmigo: «¡Ojalá fuese yo como tú! Nadie sabe lo que sufro por las noches, dando vueltas en la cama y pensando en el sinsentido de todo. Ojalá creyese que Dios está conmigo y mi vida sirve para algo».
He creído en Dios desde la infancia. Pero episodios como éste me han hecho asomarme a la tragedia de vivir sin Dios. Mi amigo era de los que pensaban, y el pensar lo avocaba a la angustia. Otros no piensan y, simplemente, se dejan morir procurando arañar en su caída unas gotas de placer. ¡Qué triste placer! ¡Qué triste, la vida sin Dios!
Venid en pos de mí y os haré pescadores de hombres. Pescar hombres no es como pescar peces. A los peces los sacas del agua y los matas. Pero los hombres se ahogan en el agua de la muerte y la angustia, y quien los saca los rescata. Algunos quieren pescarlos con el anzuelo de falsas doctrinas para atraparlos en sus redes. Pero nosotros conocemos una verdad que libera al hombre y lo abre a la eternidad.
Es un crimen callar.
(TOA03)