La Resurrección del Señor

21 enero, 2023 – Espiritualidad digital

Una tarea urgente

Hace más de treinta años, un amigo, viendo que yo iba a misa todos los días, se sinceró conmigo: «¡Ojalá fuese yo como tú! Nadie sabe lo que sufro por las noches, dando vueltas en la cama y pensando en el sinsentido de todo. Ojalá creyese que Dios está conmigo y mi vida sirve para algo».

He creído en Dios desde la infancia. Pero episodios como éste me han hecho asomarme a la tragedia de vivir sin Dios. Mi amigo era de los que pensaban, y el pensar lo avocaba a la angustia. Otros no piensan y, simplemente, se dejan morir procurando arañar en su caída unas gotas de placer. ¡Qué triste placer! ¡Qué triste, la vida sin Dios!

Venid en pos de mí y os haré pescadores de hombres. Pescar hombres no es como pescar peces. A los peces los sacas del agua y los matas. Pero los hombres se ahogan en el agua de la muerte y la angustia, y quien los saca los rescata. Algunos quieren pescarlos con el anzuelo de falsas doctrinas para atraparlos en sus redes. Pero nosotros conocemos una verdad que libera al hombre y lo abre a la eternidad.

Es un crimen callar.

(TOA03)

Dos pinceladas para un cuadro maravilloso

El evangelio de hoy contiene sólo dos frases. ¡Pero qué dos frases! Bastan dos trazos de pincel para mostrar el cuadro de un Mesías completamente entregado en manos de los hombres.

Jesús llegó a casa con sus discípulos y de nuevo se juntó tanta gente que no los dejaban ni comer. Al enterarse su familia, vinieron a llevárselo, porque se decía que estaba fuera de sí.

Unos le «roban» el tiempo hasta dejarlo sin comer. Y otros quieren apartarlo de la circulación alegando que está loco. Es como si Cristo no fuese dueño de su vida, como si fuese una pelota por la que todos se pelean para ver quién se la lleva.

Pero, detrás de esas dos pinceladas maestras, como música de fondo, resuenan aquellas palabras del Señor: Nadie me quita la vida; yo la entrego libremente (Jn 10, 18). Lo grande de su entrega es que no se trata de un robo, sino de un regalo. Como cuando, en cada misa, se pone en manos del sacerdote y es entregado a los fieles para ser devorado.

Que ni la enfermedad ni los hombres te roben la vida. Entrégala tú libremente y prolonga en ella el regalo de Cristo.

(TOI02S)

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