La imagen es conmovedora, como un retablo de la pobre condición humana y la bondad de un Dios compasivo: Todos los que sufrían de algo se le echaban encima para tocarlo. Imagina a un ejército de ciegos, sordos, tullidos, leprosos y endemoniados abalanzándose sobre el Hijo de Dios para obtener la salud. Acércate a tu parroquia en el momento en que los voluntarios de Cáritas reparten alimentos o atienden, uno por uno, a los necesitados. Lo llaman las «colas del hambre». Pero son algo más. Son la representación viva de esos desterrados hijos de Eva que gimen y lloran en este valle de lágrimas, como rezamos en la Salve.
Pero Dios ofrece algo más, mucho más, al hombre. Tras sanar las enfermedades, Cristo mostró el camino del cielo, y ese camino pasa a través de la Cruz. Quien curó a miles de enfermos eligió para Sí la enfermedad, la soledad, el hambre, la sed, los ultrajes y la misma muerte para abrirnos una puerta que nos llevara, de este destierro, al Hogar. Y entonces se quedó solo.
Quisiera yo ver más colas en los confesonarios que en los locales de Cáritas. La mayor pobreza no es la de los cuerpos.
(TOI02J)