Tiene gracia. Ayer se quejaban los fariseos porque Jesús y sus discípulos no ayunaban. Y hoy se quejan porque comen.
Mientras caminaban, iban arrancando espigas. Los fariseos le preguntan: «Mira, ¿por qué hacen en sábado lo que no está permitido?»
Ya se ve que a aquellos hombres les molestaba ver a otros disfrutar de la vida. Y los discípulos disfrutaban mucho. No sólo de la comida –aunque también–, sino del gozo de comer con Cristo. Vivir junto al Señor es una fiesta perpetua.
Nosotros estamos llamados a la felicidad, no a la desdicha. Y, para que seamos felices, el Hijo de Dios ha venido a vivir con nosotros. Y ha comido y bebido, para que comamos y bebamos con Él. Porque el mejor banquete de este mundo, sin Cristo, acaba en náusea. Pero un puñado de granos de trigo, con Él, acaban siendo Eucaristía.
También Cristo ayunó, para que no ayunásemos solos. Y sufrió, para acompañarnos en nuestros dolores. Y murió, para que, unidos a Él, crucemos la puerta santa de la muerte.
Y es que no sólo da gusto comer con Cristo. Con Él, da gusto vivir, da gusto ayunar, da gusto sufrir… ¡Da gusto morir en Cristo!
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