Con Jesús, las presentaciones suelen ser al revés. Lo normal sería, en ese momento en que el Señor y Simón se encuentran por vez primera, que el pescador hubiera dicho: «Hola, soy Simón. Mis amigos me llaman Pedro». Pero, claro, siendo Cristo el Hijo de Dios, ¿qué necesidad tiene de que le digas quién eres? Él lo sabe mucho mejor que tú. Y, por eso, es él quien te desvela el secreto de tu persona: Tú eres Simón, el hijo de Juan; tú te llamarás Cefas (que se traduce: Pedro). Con Natanael sucedió lo mismo; fue el Señor quien, al presentarse ante él, dijo: Ahí tenéis a un israelita de verdad, en quien no hay engaño (Jn 1, 47).
Si prestas atención, verás que Jesús actúa igual contigo y conmigo. Te acercas a Él, deseando conocerlo, y Él te dice quién eres. Por eso Juan es «el discípulo amado». Y es que la verdad sobre ti mismo la tiene Cristo: eres lo que eres para Él. No quieras presentarte; pregúntale, más bien: «¿Quién soy yo para ti, Jesús?».
Algunos me miran extrañados cuando les pregunto: «¿Sabes cómo te llama Jesús?». A Simón lo llamó «Pedro». ¿Cómo te llama a ti?
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