El relato de la Anunciación quizá sea una de las páginas más hermosas de toda la Escritura. Pero sucede con él lo mismo que sucede con la Pasión de Cristo: si te quedas mirando desde fuera, como quien asiste a una obra teatral desde el patio de butacas, seguramente te llenes de emoción, pero no cambiará tu vida. Al finalizar la obra, te enfundas el abrigo y vuelves a casa. Ha sido una bonita noche.
Si quieres poner la vida en juego ante Dios, es preciso entrar en la escena. Porque el Evangelio está vivo, y ahí está tu propia anunciación. ¿No dijo el Señor: El que haga la voluntad de mi Padre que está en los cielos, ese es mi hermano y mi hermana y mi madre (Mt 12, 50)? Pues ahora quiere que seas su madre, quiere nacer de ti. Responderás: ¿Cómo será eso, si soy un zoquete? Y el ángel te dirá: El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y concebirás al Verbo en tu alma. Después lo darás a luz en Navidad, lo alumbrarás en la alegría de tu rostro, en tus gestos, en tus obras de santidad. Y, así, también tú serás llamado hijo de Dios.
(2012)