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3 diciembre, 2022 – Espiritualidad digital

Juan Bautista y el «castigo inminente»

profetasComo un trueno que rompe el silencio, irrumpe en el Adviento Juan Bautista. Su voz es terrible, se adentra hasta el tuétano y lo revuelve todo:

¡Raza de víboras!, ¿quién os ha enseñado a escapar del castigo inminente? Te asusta ese «Dios castigador», no encaja en tus esquemas, pero no será Juan quien te tranquilice: Ya toca el hacha la raíz de los árboles, y todo árbol que no dé buen fruto será talado y echado al fuego. ¿Tiemblas? Conforme. Pero no tiembles ante el rostro de Dios, sino ante las consecuencias del pecado.

«Todos mis amigos se fueron al campo. Pero, como era domingo, me quedé aquí para asistir a misa. Sentí cierta envidia». «Mis compañeros de trabajo no creen en nada, y todo les sale bien. Yo rezo todos los días, y voy de disgusto en disgusto».

¿Te parece poco castigo una vida sin rezar, un horizonte sin cielo? Y, después de la muerte, la soledad eterna… ¿Te parece poco premio el que, sin merecerlo, has recibido: una vida con Dios, y la esperanza del cielo para siempre? Quien vive para este mundo, en su pecado encuentra su castigo. Quien vive para Dios, en Dios encuentra su premio.

(TAA02)

Llora un poquito

Cuando comienza la Misa, nuestra aclamación a Cristo se eleva al cielo: «Tú que has sido enviado a sanar los corazones afligidos: ¡Señor, ten piedad!» Así le recordamos al Señor –como si pudiera olvidarse– para qué ha venido a la tierra. Ha venido porque los corazones de los hombres, a causa del pecado, del sufrimiento y de la muerte, están rotos. El Adviento es la bienaventuranza de quienes lloran. Bienaventurados los que lloran, porque ellos, con la venida de Cristo, serán consolados (Mt 5, 5).

Curad enfermos, resucitad muertos, limpiad leprosos, arrojad demonios… A ellos son enviados los apóstoles: a los enfermos, los muertos, los leprosos y los castigados por el Maligno. Si estás sano, rebosas vida, te sientes limpio y no tienes pecados, no necesitas un salvador y el anuncio no va contigo.

¿Cuánto hace que no lloras? Venga, reconócelo: te da miedo sentirte débil. No te pido que vayas gimoteando por las esquinas; eso es una falta de pudor. Te invito a que le llores a Dios. Tienes motivos, y lo sabes. Me parece bien que cubras tus heridas ante las criaturas. Pero, cuando estés ante tu Salvador, no te prives de ese gustazo: llora, y serás consolado.

(TA01S)

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