La Resurrección del Señor

diciembre 2022 – Espiritualidad digital

Grandeza y pequeñez de todo un Dios

En el año 431 tuvo lugar el Concilio de Éfeso, en el que se proclamó a María Madre de Dios. Fue la respuesta a la herejía de Nestorio, a quien le escandalizaba que una mujer pudiera alcanzar semejante dignidad.

Pero Nestorio se equivocaba en su escándalo. Lo realmente asombroso no es que una criatura hubiera resultado tan ensalzada, sino que Dios se haya abajado tantísimo por Amor.

La grandeza de Dios hace temblar. Su poder, por el que creó todo de la nada; la majestad con que abrió las aguas del Mar Rojo ante los hebreos; la voz divina que reventaba los tímpanos en el Sinaí… ¿Cómo podría un hombre acercarse a semejante grandeza sin caer fulminado? Nadie puede ver a Dios sin morir.

La pequeñez de Dios, sin embargo, hace llorar. Y así lloraba la Virgen, emocionada mientras conservaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón. Veía al Dios del Sinaí convertido en niño y temblando de frío, entregado a sus brazos en busca de cariño y protección. Lo ves tú, lo veo yo, humillado en la Hostia y entregado a nosotros en alimento. ¡Pero cómo, Dios mío, has podido caer tan bajo! ¿Tanto nos amas? ¿Y no lloramos?

(0101)

“Evangelio

Hemos contemplado su gloria

El prólogo de san Juan es un pozo sin fondo. Cada palabra es una puerta abierta a horizontes eternos. Hoy me quedaré con una de ellas:

Y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros, y hemos contemplado su gloria.

«Contemplar» no es «ver», ni tan siquiera «mirar». «Contemplar» es quedarse mirando, deleitarse en la hermosura adivinada, acariciar con los ojos y caer embelesado ante la luz.

Hasta que el Verbo se hizo carne, la ley prohibía hacer imágenes de Dios, porque ese Dios era invisible a los ojos. Pero la vida se hizo visible (1Jn 1, 2), el Verbo se hizo carne, el Dios cuya espalda atisbó Moisés se ha dado la vuelta y se nos muestra, para que el hombre contemple la hermosura infinita de su rostro. El anhelo de siglos grabado a fuego en los salmos (Oigo en mi corazón: «Buscad mi rostro». Tu rostro buscaré, Señor, no me escondas tu rostro –Sal 27, 8-9–) ha sido cumplido hoy. Dios ha mostrado su rostro al hombre, y ese rostro es el rostro de un niño.

¡Qué belleza! ¡Qué delicia! Si un cristiano no es contemplativo en Navidad, no entiende la alegría que derrama este tiempo.

(3112)

“Evangelio

Un lugar seguro

Sangre de niños se derrama en Belén. José y María, advertidos en sueños por el ángel, han tenido que salir de allí. Atrás quedan su pueblo y sus posesiones. Tal como llegaron a Belén, así emigran a Egipto, porque Herodes va a buscar al niño para matarlo.

El Niño va dormido. A pesar del cataclismo, nada le preocupa, se siente seguro en brazos de su madre. Como nosotros, cuando éramos niños. Como cualquier niño a quien su madre protege. Pueden estar cayendo las estrellas del cielo mientras él reposa. Tiempo habrá, cuando se haga mayor, para que las preocupaciones le quiten el sueño.

Jesús nunca creció. Con más de treinta años, dormía plácidamente en la barca mientras la tormenta la azotaba. Pero Él había pasado, de los brazos de su madre, a los de su Abbá. Y seguía siendo niño. Murió como un bebé que se duerme: Abbá, a tus manos encomiendo mi espíritu (Lc 23, 46).

Cuando un hombre cruza una puerta, y tras esa puerta puede decir «Papá» y «Mamá», se siente en lugar seguro. El Misterio está abierto para ti. Cruza esa puerta, hazte niño, deja que la Virgen te abrace y te proteja José. Duerme tranquilo.

(SDAFAMA)

“Evangelio

Mira, contempla, y enloquece

«Este hombre ha enloquecido», pensó un letrado que pasaba por allí. «Le han puesto a un niño en los brazos, y ahora quiere morirse entre lágrimas. Aquí llegan niños todos los días. Estamos cansados de ver a mujeres que traen a sus primogénitos. Mira, por allí va otra. ¿En qué se distingue este niño de aquel? ¿O acaso este anciano nunca ha visto a un niño?»

No ha enloquecido el anciano. Eres tú quien está ciego. Este anciano es el abuelo de san Juan, otro vidente de lo invisible: Mis ojos han visto a tu Salvador. Son los ojos del alma, los de la fe, los que iluminan lo que impacta en la retina. Y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros, y hemos contemplado su gloria (Jn 1, 14).

Simeón, como la Virgen, y como, después, san Juan, no ve; contempla. Y en ese niño, semejante en todo a cualquier otro, percibe al Verbo de Dios, lleno de gracia y verdad. ¿Cómo no enloquecer?

Igual que lo recibió aquel santo anciano, lo recibirás hoy tú, cuando comulgues. Y en lo que a los ojos parecerá pan, verá el alma al Verbo encarnado. Ojalá enloquezcas en cada comunión.

(2912)

“Evangelio

La Piedad de Raquel

El llanto de Raquel se prolonga en la Historia a través de las lágrimas de miles de madres que perdieron a sus hijos pequeños. Ninguna madre debería enterrar a su hijo; son los hijos quienes, llegado el tiempo, deben enterrar a las madres. La muerte de un niño, o de un joven, es siempre cruel.

Un grito se oye en Ramá, llanto y lamentos grandes; es Raquel que llora por sus hijos, y rehúsa el consuelo, porque ya no viven. No hay consuelo para el corazón desgarrado de Raquel. Pero, en lo más profundo de sí misma, la fe abre las puertas del alma a la buena nueva. El consuelo del alma no mengua el dolor del corazón, pero lo baña en esperanza.

Mientras Raquel llora porque sus hijos ya no viven, la Iglesia se alegra hoy en sus hijos porque viven, y viven para siempre. Los niños inocentes, cruelmente asesinados por Herodes, son el séquito de honor del Cordero. Y la sangre que bañó sus cunas es anuncio de la sangre que abrirá los cielos.

Hoy María consuela a Raquel. Y le anuncia que sus hijos, unidos al que ella lleva en brazos, la esperan gozosos en el cielo.

(2812)

“Evangelio

El apóstol casto

Pedimos a los jóvenes de la parroquia que elaboren una lista de materias que les gustaría tratar en sus reuniones. Y responden: Homosexualidad, aborto, anticoncepción, relaciones prematrimoniales, divorcio, transgénero… ¡Curioso! Todas las materias están relacionadas con el sexo.

No caemos, no queremos caer en la trampa. Tratar, de primeras, esos asuntos no tiene más fruto que generar polémica. El sacerdote propone una lista alternativa, con una sola materia: Cristo.

Entró también el otro discípulo, el que había llegado primero al sepulcro; vio y creyó. Había dicho Jesús: Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios (Mt 5, 8). Y lo había dicho, entre otros, por Juan. Juan conoció a Jesús en la adolescencia, la edad en que los jóvenes se enamoran. Y se enamoró de Él como sólo de Dios puede enamorarse un hombre. De tal modo se encauzaron hacia Cristo todos sus instintos y potencias, que su castidad fue castidad ardiente, romántica, enamorada y gozosa. Ni fue la castidad fría de las piedras, ni la represión patológica de los puritanos. Su pureza no fue un «no» al pecado, sino un «sí» jubiloso al Amor.

No tengáis miedo. Hablad de Cristo a los adolescentes. Dejad que se enamoren.

(2711)

“Evangelio

Las sombras de la Navidad

Con la llegada de la luz aparecen también las sombras. Y los árboles más hermosos, los más altos, los que se elevan hacia el cielo invitando a los hombres a levantar la vista, son los que producen sombras más alargadas. Ese pequeño jardín de Belén, donde los hombres, con su gozo, acarician la armonía de los cantos de los ángeles, y donde el sol ha surgido del vientre de una mujer, proyecta también sombras que cruzan la Historia.

Seréis odiados por todos a causa de mi nombre. Mientras Esteban, lleno de gozo, exclamaba: Veo lo cielos abiertos (Hch 7, 56), los hombres se abalanzaron sobre él, lo empujaron fuera de la ciudad y se pusieron a apedrearlo (v. 58).

¿Por qué ese odio a la luz? ¿A quién hace daño un niño pobre nacido en un establo? ¿A quién ofende? ¿Por qué en tantos colegios públicos, que celebran por todo lo alto el Carnaval y el Halloween, se niegan a poner un Belén con la excusa de «no ofender»?

Miremos, embelesados, a la luz: Señor Jesús, recibe mi espíritu (v. 59). Hagamos esa ofrenda al Niño Dios, entreguémosle nuestras almas y nuestros corazones. Desagraviemos, con nuestro amor, por tanto odio.

(2612)

“Evangelio

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