Si te llamo por teléfono para decirte que voy a tu casa, y tú, desde una cafetería, me dices: «Aquí te espero», no nos encontraremos nunca. Si estamos tú y yo juntos en el salón, y me gritas: «¡Ven!», tendré que responderte: «No me grites, que estoy aquí».
Estad también vosotros preparados, porque a la hora que menos penséis viene el Hijo del hombre. El Señor nos anuncia que viene, y la Iglesia grita: «¡Ven, Señor Jesús!». Pero debemos saber dónde esperarlo, y también desde dónde gritar.
Mírate por dentro; eres un universo en miniatura. Hay mucha luz en tu vida: amas a Dios, confiesas, comulgas, rezas y conoces el Amor divino. Pero hay también, dentro de ti, muchas zonas de sombra: Esa soberbia –siempre tienes razón–, ese rencor que te impide perdonar, ese egoísmo que te hace ir «a lo tuyo», esa sensualidad que te ata a la carne… Esas heridas que no se han cerrado, esa tristeza que nunca se marcha, esa pesadez de espíritu parecida a la angustia…
Sitúate allí, donde parece que Dios no estuviera. Y, desde allí, llámalo: «¡Ven!». Y, también desde allí, escucha: «¡Viene el Señor!». Llénate de esperanza. Ha comenzado el Adviento.
(TAA01)