Las apariencias engañan. No es lo mismo un santo que un burgués que reza. La diferencia entre ambos se llama Zaqueo.
Mira, Señor, la mitad de mis bienes se la doy a los pobres; y si he defraudado a alguno, le restituyo cuatro veces más. Zaqueo era rico. Rico y ladrón. Hasta que encontró a Jesús, el tesoro de su vida eran sus riquezas. Pero, un buen día, las puertas de su casa se abrieron y Cristo entró. La casa de aquel publicano fue invadida por un Amor con el que jamás había soñado. Y, ante ese Amor, Zaqueo sintió que todo cuanto tenía le sobraba. Ya sólo quería a Cristo. Y por Él estaba dispuesto a renunciar, gozoso, a todo lo demás. ¿Para qué lo quería ya?
Eso es un santo.
El burgués que reza, por el contrario, es alguien que lo tiene todo en esta vida y que ha encontrado, en la religión, la manera de tenerlo también todo en la otra. No renuncia a nada. Simplemente, cubre de piedad su vida regalada, y así cree conseguir, a un tiempo, el bienestar del cuerpo y el del alma, los bienes de la tierra y los del Cielo. Pobrecillo.
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