¡Qué cuadro tan triste! Había un ciego sentado al borde del camino pidiendo limosna. Años enteros sentado, sin ir a ninguna parte, y sin más defensa ante la muerte que la compasión de los hombres. Como único objetivo, comer y sobrevivir.
¿Cuántos viven así? Ciegos, porque no ven el Cielo, y la única luz que perciben son las tinieblas de este mundo. Sentados, porque no tienen un destino fuera de esta vida al que dirigir sus pasos. Y pobres, porque mendigan afecto a los hombres. Su vida depende de si caen bien, si hablan bien de ellos, si los reconocen o los miran bien…
Bartimeo era ciego, pero no sordo. Al oír que pasaba gente, preguntaba qué era aquello; y le informaron: «Pasa Jesús el Nazareno». Y, al oírlo, decidió dejar de mendigar a las criaturas para mendigarle al Hijo de Dios. Y recibió de Él lo que ningún hombre podía darle: la vista, y un destino. Ya no estaría sentado. Ahora seguía a Cristo, glorificando a Dios.
Hay un cuadro más triste que el de Bartimeo sentado. Es el de muchos ciegos a quienes nadie les anuncia que pasa Jesús el Nazareno. Acércate a ellos, que no son sordos.
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