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12 noviembre, 2022 – Espiritualidad digital

No quedará piedra sobre piedra

No hacía mucho que Herodes había terminado de edificar el Templo, semejante en lujo y majestad al de Salomón. Y quienes por allí andaban hablaban del templo, de lo bellamente adornado que estaba con piedra de calidad y exvotos. Jesús, entonces, les dijo algo que debió dejarlos desconcertados:

Esto que contempláis, llegarán días en que no quedará piedra sobre piedra que no sea destruida.

Es cierto que, apenas cuarenta años más tarde, esa profecía de Cristo se había cumplido. Pero lo más grande es que, tras caer el templo, la profecía siguió en pie, y así se mantiene hasta hoy. Las palabras de Cristo continúan iluminando nuestros días como entonces.

Miras a una persona joven, y te asombran su hermosura, su fuerza y su empuje. No quedará piedra sobre piedra. Al poco tiempo, ese mismo cuerpo está viejo, feo, débil y gastado.

Escuchas una pieza musical sublime, y te parece que no hay nada más hermoso. No quedará piedra sobre piedra. Cuando la has escuchado cien veces, te cansa.

Te parece contemplar el amanecer más hermoso de la Historia. No quedará piedra sobre piedra. Ya ha anochecido.

Dichosos quienes saben contemplar la gloria de Cristo. Sólo ellos permanecerán eternamente embelesados.

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Qué justicia y qué adversario

Con la parábola de la viuda inoportuna, muestra el Señor a sus apóstoles lo que han de pedir en la oración. Pero es preciso que entendamos su significado.

Hazme justicia frente a mi adversario.

Si crees que el adversario es el vecino de arriba, que pone la música a todo volumen a las doce de la noche, te equivocas. Ese hombre es un pesado y un maleducado, pero no es tu adversario, sino tu hermano. El adversario es el Maligno, y la petición de la viuda es la misma que el Señor nos transmitió en el Padrenuestro: Líbranos del Malo.

San Pablo, por ejemplo, pedía lo mismo que la viuda cuando se encontraba atormentado por aquel aguijón de la carne, un emisario de Satanás que me abofetea, para que no me engría (2Co 12, 17). Y cuando, por tres veces, pidió al Señor que lo apartase de él, obtuvo esta respuesta: Te basta mi gracia: la fuerza se realiza en la debilidad (v. 9).

Así sabemos que la forma que tiene Dios de hacernos justicia frente al Adversario no consiste en librarnos de la tentación, sino en hacernos, por su gracia, justos –es decir, santos– en medio de la prueba.

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