Toda esa historieta de los siete hermanos y la pobre mujer que tuvo que aguantar, uno detrás de otro, a los siete, aparte de ser un cuento de mal gusto, tiene su origen en una disputa doctrinal. Los saduceos dicen que no hay resurrección.
Acabáramos. Si los cuerpos resucitasen –y en esto se sustancia toda esa trampa saducea–, ¿quién de los siete hermanos yacería con la mujer? Patético.
Es domingo, el día en que el cuerpo de Cristo, transformado y glorificado, salió del sepulcro e ingresó en la eternidad. Después, el cuerpo de la Virgen santísima fue llevado al Cielo por los ángeles. Y, más adelante, cuando Cristo vuelva, resucitarán también los cuerpos de quienes han muerto.
Cuando ese día llegue, los cuerpos gloriosos de los santos ya no pueden morir, ya que son como ángeles; y son hijos de Dios, porque son hijos de la resurrección. Esos cuerpos no están sometidos a las pasiones carnales, sino sólo al espíritu. Y el amor del espíritu es Cristo.
Cuando, en este mes de noviembre, visites el cementerio, recuerda que es un dormitorio. Esos seres queridos tuyos están dormidos. Y, un día, Cristo los despertará, cuando amanezca el domingo sin ocaso.
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