El evangelio de hoy tiene dos escenarios: uno de ellos se sitúa encima del monte donde, tras pasar la noche en oración, Jesús llamó a sus discípulos, y escogió de entre ellos a doce. Allí estaban Simón y Judas, a quienes hoy celebramos, junto a los demás convocados por Jesús. El segundo escenario se sitúa abajo, en la llanura, donde una gran muchedumbre del pueblo esperaba para escuchar la palabra y ser curados de sus enfermedades.
Quiero pensar que tú, que estás leyendo estas líneas, acudes regularmente a la iglesia, y participas en la santa Misa. Si es así, tu lugar está en lo alto del monte, que es donde se celebra el santo Sacrificio. Te cuentas, por tanto, entre los elegidos del Señor, entre sus íntimos. Es un don inmenso el que has recibido. Pero es, también, una gran responsabilidad. Porque, debajo del monte, son muchos quienes viven sin Dios, con el corazón roto y el alma vacía.
Por eso, cuando salgas del templo, recuerda que debes bajar. Te están esperando. Te necesitan. Que también esas almas son amadas por Cristo con amor de predilección. Pero no lo sabrán hasta que tú no se lo anuncies. Acércate a ellos.
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