El verano ya es Historia. Y el curso, que comenzó, perezoso, en septiembre, ya empieza a tomar fuerza. Como nos descuidemos, se nos lleva por delante la riada, y no volvemos a tocar tierra hasta Navidad. Pero este año no nos descuidaremos; queremos ser señores del tiempo, y no leños muertos que el tiempo arrastra. Por eso ahora, antes de que sea demasiado tarde, nos detenemos y miramos a Dios en esta pequeña bahía que la Iglesia nos ofrece en forma de témporas de acción de gracias y petición.
Confesaremos, al comienzo de esta nueva temporada de trabajo, que no somos tan importantes; que es Dios, y no nosotros, quien actúa y obra maravillas. Por eso comenzamos con esperanza; veremos cosas grandes este curso. También con gratitud, porque Dios se servirá de nosotros, unos pobres pecadores, para hacer esas cosas grandes.
Por último, comenzamos también con una súplica, con la súplica más importante: «Señor, no permitas que nos separemos de Ti. Porque sólo así, si estamos unidos a Ti, podrás Tú obrar a través de nosotros».
Pedid y se os dará, buscad y hallaréis, llamad y se os abrirá… Bendice, Señor, estos meses de trabajo con frutos de vida eterna.
(0510)