No me cansaré de repetirlo, en mi parroquia lo digo todos los años, cuando veo caras tristes en este día: dejad la tristeza para mañana, hoy es día de luz y de gloria. Sé que el día de difuntos es laborable en España, y muchos aprovechan esta fiesta para visitar los cementerios. Pero hoy celebramos a los hombres y mujeres más felices entre los hijos de Adán: a aquellos que ya han llegado a su destino, y disfrutan del banquete de bodas del Cordero.
Bienaventurados los pobres en el espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos. La Iglesia nos abre hoy las puertas del Cielo, y nos muestra la dicha de los santos. Son seres como nosotros, llenos de debilidades, tentados y probados, que cayeron y se levantaron muchas veces, y que amaron locamente a Jesucristo. Porque eso es un santo: un pecador que ama locamente a Jesucristo.
Ellos nos recuerdan que estamos en camino, que somos peregrinos y extranjeros en el mundo, en busca de nuestro Hogar. Y, conforme avanzamos, vamos dejando atrás personas y escenarios, sin instalarnos en lugar alguno hasta que lleguemos a Casa.
Cada día nos falta menos, si cada día amamos más.
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