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6 agosto, 2022 – Espiritualidad digital

Me pregunto si estaremos a la altura

Hoy me quedo con la última frase. Es la que deja el sabor de boca. Y, no nos engañemos, la única que algunos feligreses recuerdan tras decir: «Gloria a ti, Señor Jesús».

Al que mucho se le dio, mucho se le reclamará; al que mucho se le confió, más aún se le pedirá.

Gran parte de vosotros estáis entre aquéllos a quienes se les ha dado mucho. Tenéis fe, frecuentáis los sacramentos, comulgáis y habláis con Dios. No creo que a un joven educado en Teherán se le reproche no haber atendido en misa. Pero nosotros… somos unos privilegiados. Y se nos pedirá mucho.

Se nos preguntará si hemos aprovechado la Misa, si hemos procurado confesar con frecuencia para participar, vestidos de boda, en el banquete del Cordero.

Se nos preguntará si quienes hemos sido bendecidos con la predicación, y hasta con la dirección espiritual, hemos obedecido a quien nos mostraba el camino.

Se nos preguntará si hemos repartido generosamente esos tesoros a quienes no los conocían, o nos hemos apoderado egoístamente de ellos.

Se nos preguntará si hemos agradecido tanta bendición…

No permitas, Señor, que tantos dones los recibamos en vano. Otórganos uno más: la correspondencia a la gracia.

(TOC19)

Una tienda en el Tabor

¡Qué bien comprendemos la petición de Pedro! Maestro, ¡qué bueno es que estemos aquí! Haremos tres tiendas. ¿Quién, al ver transfigurado al más hermoso de los hijos de Adán, no querría habitar allí, para jamás dejar de contemplar esa gloria? Allí no hay lugar para la duda, la incertidumbre, el miedo, o la tristeza. Sólo caben el gozo, la paz y el Amor. ¿Cómo no desear permanecer?

Pero nuestra pobre carne aún tiene que ser purificada para poder habitar en esa luz. Es preciso que contemple, primero, la oscuridad del Gólgota; es preciso que padezca la frialdad de la muerte, abrazada al Crucifijo, para que después, pagados ya sus sábados, pueda ser introducida en el domingo sin ocaso. Tenemos otro monte que subir.

Con todo, la petición de Pedro puede y debe verse cumplida en nosotros, aunque de otra manera. Mientras nuestra pobre carne cruza las tinieblas, en lo profundo de nuestras almas en gracia se encuentra la tienda de Dios, de la que está escrito: Él me protegerá en su tienda el día del peligro (Sal 27, 5). Si el alma no habita en esa contemplación perpetua del Tabor, difícilmente resistirá la carne los rigores del Gólgota. Rezad mucho.

(0608)

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