Odio las sopladoras. A las 8 de la mañana, un ejército de empleados municipales llena de decibelios el aire, asesinando el silencio de las primeras horas del día. Por las rendijas de las ventanas se cuela la nostalgia de aquellos silenciosos rastrillos. ¿Por qué no volverán? Se fueron para siempre.
Si hay que soportar el ruido, prefiero el del aspirador. El aspirador no esparce, recoge. Es viento que sopla hacia dentro. Y eso me lleva al Viento de Dios, a ese Aliento, también ruidoso, con ruido bueno, del Espíritu Santo.
Está para llegar la hora, mejor, ya ha llegado, en que os disperséis cada cual por su lado y a mí me dejéis solo. Aventados por el soplo del miedo, se dispersaron los apóstoles en Getsemaní. Y, aventados por alguna maligna sopladora, nos dispersamos nosotros en mil cosas a lo largo del día, y dejamos solo al Señor.
Os he hablado de esto, para que encontréis la paz en mí. En el mundo tendréis luchas. Le pido al Espíritu ese recogimiento. Que venga como viento que sopla hacia dentro, y traiga todos mis afanes hacia el centro de mi alma, donde Cristo reposa y me invita a reposar en Él.
(TP07L)