En español son sólo cuatro palabras, pero suenan como cuatro golpes de espada sobre un lazo que ha quedado roto y llora sangre: Se separó de ellos.
Te separaste de ellos, Jesús. Y no volvieron a verte. Y vivieron esperando el día en que volvieras sobre las nubes del cielo. Y murieron esperando, porque ese día aún no ha llegado.
De nosotros ni siquiera te separaste, porque hemos nacido después de tu marcha, y nunca te hemos visto. ¿No te mueve eso a compasión? Porque, cuanto más te amamos, más desean nuestros ojos ver tu rostro, y tu rostro sigue oculto para ellos. Se clavan en la Hostia, se abrazan al Crucifijo, se esconden tras las puertas del sagrario… pero lloran, porque quieren verte. ¿Cómo es tu sonrisa? ¿Cómo es tu frente? ¿Cómo son tus ojos? ¿Qué ropas llevas puestas? ¿Son grandes tus manos? ¿Y tus pies? ¿Qué color tienen tus cabellos?
Antes quería llegar a ese cielo al que subiste para huir de la muerte. Ahora tengo prisa por cruzar esa puerta que dejaste abierta, pero no llegaré huyendo. Llegaré sediento, porque, más que ninguna otra cosa en este mundo, me mueve el deseo incontenible de ver tu rostro.
(ASCC)