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21 mayo, 2022 – Espiritualidad digital

Paz a los hombres que ama el Señor

A la luz de las palabras del Señor, queda claro que existen una paz del mundo y una paz de Dios. La paz os dejo, mi paz os doy; no os la doy yo como la da el mundo.

La paz de Dios no viene al cuerpo, sino al alma, y viene para quedarse. Puedes estar en silencio absoluto, cómodo en un sillón, pletórico de salud y en paz con todo el mundo. Pero, por dentro, no encuentras reposo, porque estás en guerra; en guerra con Dios, aunque no lo sepas. Porque no aceptas tu historia, porque te rebelas contra acontecimientos que Dios permite para tu bien, porque no quieres darle a Dios lo que te está pidiendo o, sencillamente, porque le diste la espalda un día a tu Creador y no has vuelto a dirigirte a Él. Por eso no descansas.

¿Por qué no te reconcilias con Dios? El que me ama guardará mi palabra, y mi Padre lo amará, y vendremos a él y haremos morada en él. Confiésate, llénate de esa gracia, acoge a Dios en tu alma. Y, aunque el mundo, el demonio y la carne te declaren la guerra, te llenarás de una paz inalterable.

(TPC06)

Peregrinos que pisan fuerte

caminoNos viene a la cabeza el recuerdo de los mártires cuando escuchamos las palabras del Señor: Como no sois del mundo, sino que yo os he escogido sacándoos del mundo, por eso el mundo os odia.

Pero los mártires no agotaron el contenido de esta profecía del Señor. Cualquier cristiano que ame verdaderamente al Señor, aunque no llegue a sufrir muerte violenta a causa de su nombre, percibe la misma hostilidad. Este mundo no es habitable para un hijo de Dios. Violencias, mentiras, injusticias, frivolidad, blasfemias, insolencia… Estamos rodeados de pecado por todas partes, y ese pecado, por desgracia, se filtra muchas veces en nuestras almas. Por eso nos sentimos extranjeros, nos sabemos peregrinos, añoramos la Patria de cielo y soñamos con llegar a ella.

Y, con todo… amamos locamente a este mundo tan lleno de pecado. ¿Cómo podríamos redimirlo, si no lo amamos primero? Lo amamos, lo sufrimos y, si es preciso, lo abrazamos como lo abrazó Jesús en la Cruz. Nuestros pasos de peregrinos deben pisar fuertemente esta tierra y llenarla del perfume de Cristo. No nos sienta bien encerrarnos en «burbujas piadosas»; preferimos pasar por esta tierra derramando amor entre quienes no conocen al que me envió.

(TP05S)

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