A la luz de las palabras del Señor, queda claro que existen una paz del mundo y una paz de Dios. La paz os dejo, mi paz os doy; no os la doy yo como la da el mundo.
La paz de Dios no viene al cuerpo, sino al alma, y viene para quedarse. Puedes estar en silencio absoluto, cómodo en un sillón, pletórico de salud y en paz con todo el mundo. Pero, por dentro, no encuentras reposo, porque estás en guerra; en guerra con Dios, aunque no lo sepas. Porque no aceptas tu historia, porque te rebelas contra acontecimientos que Dios permite para tu bien, porque no quieres darle a Dios lo que te está pidiendo o, sencillamente, porque le diste la espalda un día a tu Creador y no has vuelto a dirigirte a Él. Por eso no descansas.
¿Por qué no te reconcilias con Dios? El que me ama guardará mi palabra, y mi Padre lo amará, y vendremos a él y haremos morada en él. Confiésate, llénate de esa gracia, acoge a Dios en tu alma. Y, aunque el mundo, el demonio y la carne te declaren la guerra, te llenarás de una paz inalterable.
(TPC06)