Con más razón que nadie, Jesús fue llamado «Maestro». Todas sus palabras son enseñanzas para nosotros. Y, en las que hoy nos regala el evangelio, se ocultan dos lecciones de amor:
Si me amarais, os alegraríais de que vaya al Padre. Nos cuesta entenderlo. Quien ama no se alegra al ver partir al ser amado. Y, sin embargo… Preguntadle a María Magdalena, ante aquel «No me retengas», de Jesús. Preguntadle a la Virgen santísima, cuando al pie de la Cruz dejó escapar a su Hijo. Hay más amor en dejar escapar al ser amado que en retenerlo, cuando el amado parte para cumplir con su destino. Llora, sí, el corazón, pero se alegra el alma, porque aquél a quien amamos alcanzará su plenitud.
Es necesario que el mundo comprenda que yo amo al Padre, y que, como el Padre me ha ordenado, así actúo. «¿Por qué habla usted tanto de obediencia, cuando Dios nos pide amor?», me preguntó un ejercitante durante un retiro. Le respondí: Porque la única forma de amar verdaderamente a Dios es la obediencia filial. Si amar es dar la vida, a Dios le entregamos la nuestra cuando la empleamos, libre y amorosamente, en hacer su voluntad.
(TP05M)