¿Qué padre hay, en este mundo, que le pida a su hijo de tres años que apruebe el doctorado en una carrera superior, y después castigue al niño por no haber sido capaz? ¿No diríais que ese padre está enajenado? Pero, tratándose de Dios… ¿Qué dios puede pedir a una criatura suya lo que esa criatura jamás le podrá dar, y maldecirla después por habérselo dado?
El nuestro.
Tenemos un dios capaz de pedirle alimento a una higuera cuando no es aún tiempo de higos, y dispuesto a maldecirla por no darle lo que no tiene.
– Nunca jamás coma nadie frutos de ti. – Maestro, mira, la higuera que maldijiste se ha secado.
Y, con todo… ¿Qué es más fácil, que pueda una higuera dar higos fuera de tiempo, o que pueda alguien como tú ser santo? Pues el mismo que pidió higos a la higuera te pide la santidad a ti.
No le digas que no puedes. Ya lo sabe. Pero también aprende que, con Dios, no sirven las excusas.
Arrodíllate. Y pídele a Quien te pidió: «¡Señor, hazme santo Tú!». Reza, frecuenta los sacramentos, ámalo… Te sorprenderás. Él mismo te dará lo que Él te pide. Y serás santo.
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