La Resurrección del Señor

Espiritualidad digital – Página 3 – Brevísima homilía diaria, por José-Fernando Rey Ballesteros

ESPIRITUALIDAD DIGITAL

Con la mirada en la orilla

Amanece tras una mala noche de pesca. Mucho sueño y ningún pez. Nadie habla. Hasta el fresco de la mañana huele a tristeza. Una voz, venida desde la orilla, corta el aire:

Muchachos, ¿tenéis pescado?

Si no hay vida de oración, no se puede escuchar esa voz. Entonces la vida queda en la esterilidad de una mala noche coronada por la muerte. Pero, cuando hay vida de oración, el punto de referencia no está en el mar, sino en la orilla; porque esa voz viene del cielo. Es la voz de Cristo resucitado la que nos lleva y nos trae, la que nos pide y, a la vez, nos da lo que nos pide. Echad la red a la derecha de la barca y encontraréis.

Es el Señor.

Juan, el apóstol casto que, ante el sepulcro vacío, vio y creyó, es quien ve a Jesús y reconoce su voz. Porque es en el sosiego de la oración donde el alma ve y escucha. Cuando vivimos así, pendientes del cielo, nuestra vida ya no se explica por los criterios del mundo; todo en ella apunta a la orilla. Y los hombres, cuando nos ven, tienen, al fin, que levantar la vista.

(TP01V)

“La

¡Quién te hubiera palpado!

Qué oportunidad perdida. Palpadme y daos cuenta de que un espíritu no tiene carne y huesos. Creo que no te palparon, se quedaron paralizados. Si te hubieran palpado, no diría Lucas que no acababan de creer por la alegría, y seguían atónitos. Como pasmarotes. Tampoco creo que, ocho días después, Tomás llegase a meter la mano en tu costado. Estaba también como un pasmarote.

Es fácil decirlo ahora, pero yo me habría lanzado. Te habría palpado, te habría abrazado, habría besado tus manos y, de haber podido, habría besado también tu costado hasta beber en él vida eterna a raudales, hasta sacar aguas con gozo de las fuentes de la salvación.

Sé que, de haberlo hecho, me habrías dicho, como a la Magdalena, que te soltara, que no te retuviera. Y, qué le iba a hacer, te soltaría, pero que me quiten lo palpado, lo abrazado y lo bebido. Me faltaría tiempo para contárselo a todo el mundo.

Ah, que no se me olvide. Por algún motivo, creo que Juan llegó a hacer eso. Si no, no hubiera hablado de lo que contemplamos y palparon nuestras manos acerca del Verbo de la vida (1Jn 1, 1). ¡Qué bien le comprendo!

(TP01J)

“La

Cosas que pasan cuando nos perdemos la vigilia

Ya sé que se celebra de noche, pero nadie debería perderse la Vigilia Pascual. Cuando uno se pierde la Vigilia Pascual le pasan cosas como las que les sucedieron a los de Emaús.

Lo de Jesús el Nazareno, que fue un profeta poderoso en obras y palabras, ante Dios y ante todo el pueblo; cómo lo entregaron los sumos sacerdotes y nuestros jefes para que lo condenaran a muerte, y lo crucificaron. La historia que cuentan es lo que se llama una visión plana de los hechos. Vienen a explicar que el paso de Jesús por la línea del tiempo ha terminado. Y es verdad. Además, no ha respondido a ninguna de las expectativas relativas al Mesías: no ha resuelto ningún problema. Conclusión: estos dos se habían perdido la Vigilia.

La suerte es que Jesús se la celebró en diferido. Les leyó todas las lecturas del Antiguo Testamento, se las explicó, y partió para ellos el pan. El cirio pascual era Él, y los corazones de aquellos dos se encendieron como candelas.

Entonces se dieron cuenta: Jesús ha resucitado, ha escapado del tiempo y ha dejado abierta la brecha para que también nosotros tengamos vida eterna. Volvieron cantando el Aleluya.

(TP01X)

“La

Quién recoge a quién

María MagdalenaEn aquellas primeras horas del Domingo definitivo, María no tenía fe. Su corazón rebosaba amor, pero no había en su alma ni fe ni esperanza. Estaba convencida de que Jesús había muerto, y lloraba.

Estaba María fuera, junto al sepulcro, llorando. Dice un salmo: Las lágrimas son mi pan noche y día, mientras todo el día me repiten: «¿Dónde está tu Dios?» (Sal 42, 4). En ella se cumplían las palabras de Jesús: Llegarán días en que les arrebatarán al esposo, y entonces ayunarán (Mt 9, 15).

Le dice a quien toma por hortelano:  Señor, si tú te lo has llevado, dime dónde lo has puesto y yo lo recogeré.

Qué paradoja, le llama «Señor».

Qué paradoja, le dice «yo lo recogeré».

Pero ella no lo recogerá. Será Él quien la recoja a ella. María cree que se lo han llevado, y llora, pero es ella quien está siendo llevada, arrastrada por la muerte. Y Él, con sólo decir su nombre, la recogerá y la traerá al lugar de los vivos.

– ¡María!

– ¡Rabbuní!

– No me retengas

Es decir: «No quieras tirar de mí hacia abajo, subo al Padre mío y Padre vuestro. Deja que Yo tire de ti hacia arriba».

(TP01M)

Un encuentro crucial

Tras el desconcierto del domingo, cuando, como Pedro y Juan, nos acercamos al sepulcro para encontrar «nada», la semana de Pascua está repleta de encuentros con Jesús resucitado. El primero, el de las santas mujeres:

De pronto, Jesús les salió al encuentro y les dijo: «Alegraos». Ellas se acercaron, le abrazaron los pies y se postraron ante él.

Como te digo, es sólo el primero de esos encuentros. Después vendrán la Magdalena, los de Emaús, los Once… y tú. Sin este último encuentro, el misterio pascual no habrá llenado de luz tu vida. Como si fueran las diez de la mañana, y las persianas de tu casa siguieran bajadas, impidiendo que entre la luz.

Durante esta semana, busca a Cristo resucitado. Anímate, Él ya te está buscando a ti. Yo aprovecho estos días para hacer mis ejercicios espirituales, de modo que, cuando leas esto, me encontraré sumergido en el silencio y la oración, buscando también el rostro glorioso del Señor. Algunos de estos ejercicios en la semana de Pascua han cambiado mi vida por completo.

Sal de tu cenáculo, recorre esos caminos de oración, adéntrate en el Evangelio, acércate al sagrario… Allí lo encontrarás. Y Él mismo te dirá: «¡Alégrate!»

(TP01L)

Nada, nada, nada…

La liturgia es maravillosamente desconcertante. Cuando, en la mañana de Navidad, acudes a Misa esperando encontrarte a María, José, el Niño y los pastores, en su lugar encuentras a san Juan hablando del Verbo que existía desde el principio. Y cuando, en la mañana de resurrección, te acercas al templo esperando encontrar a Jesús resucitado, en su lugar encuentras… Nada.

Vio los lienzos tendidos y el sudario con que le habían cubierto la cabeza, no con los lienzos, sino enrollado.

«Nada, nada, nada, nada… y, en el monte, nada». Son palabras de san Juan de la Cruz. Porque hay nadas que lo dicen todo, como hay silencios que gritan. He estado muchas veces en ese sepulcro, y ¿qué he visto allí? Nada. Una nada jubilosa. Si me atreviera a profanar esa nada traduciéndola en palabras, emplearía éstas:

¡No está aquí!

¡Pero está! No en el sepulcro, desde luego, en los sepulcros están los muertos. La misma alegría que llena el alma ante esa nada es presencia de Cristo. ¡Está en mi alma, en el altar, en la Iglesia! ¿No veis que lo llena todo?

Todo, todo, todo… ¡Abrid los ojos! Como Juan, ved y creed que Cristo ha resucitado. ¡Aleluya!

(TPB01)

En busca del primer escándalo

Hoy quisiera recuperar el primer escándalo. Lo hemos perdido. En los Oficios, se nos mostrará la Cruz, nos acercaremos a besarla, y quizá nos conmovamos al posar nuestro beso en esos pies. Pero ya no nos escandaliza.

Si alguien completamente ajeno al cristianismo nos viera, se escandalizaría, nos tomaría por locos. ¿Ése es vuestro Dios? ¿Habéis perdido el juicio? Miradlo, está derrotado, desnudo y agonizante. ¿Dónde está su poder, dónde su gloria? ¿Acaso alguna religión muestra a su dios humillado? Sin ser Dios, Napoleón pasó a la Historia subido en un corcel, no llorando por Waterloo.

El hombre busca en Dios protección contra el sufrimiento y la muerte. ¿Qué puede esperar de un Dios sufriente? ¿Cómo podemos presentar crucificado a Jesucristo, y confesar ante el mundo que es Dios?

No puedo apartar la mirada de esa Cruz. O estamos locos, o en esa humillación está su mayor victoria. «¡Victoria, tú reinarás! ¡Oh, Cruz, tú nos salvarás!»

O estamos locos, o Cristo está tomando posesión de la muerte para convertirla en Amor, y está derrotando al pecado arrebatándole su aguijón mientras éste se clava en su costado.

No. No estamos locos. Estamos redimidos. Bendito escándalo, que abre las puertas del Misterio.

(VSTO)

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