La Resurrección del Señor

Pascua – Espiritualidad digital

La carne que redime nuestra carne

Las palabras de Jesús piden a gritos una explicación. Si, poco antes, aseguró que quien no comiera su carne no tendría vida, ¿por qué dice ahora que la carne no sirve para nada?

El Espíritu es quien da vida. Si la carne de Cristo da vida eterna al hombre es porque esa carne está traspasada de Espíritu. Nuestra pobre carne, herida por el pecado, no sirve para nada, porque sirve a la muerte, y la muerte es nada. ¿Acaso la comida, la bebida, el sexo, o dormir ocho horas diarias podrán burlar a la muerte? No pueden. En ocasiones, incluso te precipitan en ella. Todos esos falsos consuelos no son sino un narcótico que te hace olvidar la muerte y te sume en la mentira. La sentencia de Cristo sobre el poder de la carne es de una verdad inapelable. San Pablo la desarrollará con tintes dramáticos a partir de su propia lucha personal.

Y, sin embargo, la carne de Cristo redime la nuestra. Cuando un cristiano en gracia come, Cristo come. Cuando duerme, Cristo duerme. Cuando muere, Cristo muere. Y la resurrección de Cristo supone la esperanza cierta de que el cuerpo de quien ha muerto con Él resucitará.

(TP03S)

Las dos promesas de la Eucaristía

pan de vidaCada vez que comulgues, sé consciente de que heredas dos promesas. Y, si crees en ambas al comulgar, las dos se cumplirán. No lo dudes.

El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna. Esa promesa va referida al alma, y se cumple, cuando se comulga con fe, en el mismo momento de la comunión. Con tanta intimidad se une el alma a Cristo en la comunión, que es llevada al cielo y asentada allí, en el mismo trono del Hijo de Dios a la derecha del Padre. Y te aconsejo que, después de comulgar, no te retires de ese trono. Quédate allí sentado mientras trabajas, comes, bebes, ríes, lloras, conduces, compras o descansas. No permitas que las urgencias de la vida retiren tu alma de ese trono. Así vivirás vida eterna, tendrás paz y darás paz.

Y yo lo resucitaré en el último día. Esta promesa es para el cuerpo, y terminará de cumplirse cuando Cristo vuelva sobre las nubes. Pero ya, desde la comunión, queda tu cuerpo tan asociado al del Señor que tu muerte es participación en su Cruz y tu sepulcro será el de José de Arimatea. Ese cuerpo que ha comulgado resucitará.

(TP03V)

No hay por qué entenderlo todo

Mucha gente se me acerca porque no entiende tal o cual frase del Evangelio y quiere que se la explique. Hago lo que puedo en esos casos, pero… ¿creéis, de verdad, que es necesario entender todo el Evangelio para aprender del él? Mirad: hay muchos que, supuestamente, lo entienden todo y nunca aprenden nada. Como ya lo entienden, en el Evangelio no descubren novedad alguna. Y hay otros que no entienden casi nada, pero aprenden mucho, porque no salen de su asombro.

Todo el que escucha al Padre, y aprende, viene a mí. Al final de este discurso, Simón confesará que Jesús tiene palabras de vida eterna. ¿Creéis que las entendió? Ni por asomo. Pero, al escuchar, supo que esas palabras venían de Dios, que podía fiarse de ellas. Y aprendió.

Te pondré otro ejemplo, más propio de la semana que viene: ¿Entiende la oveja las palabras del pastor? No las entiende, pero escucha, reconoce la voz del Pastor y, al seguirlo, aprende el camino.

No digo que no quieras entender. Tan sólo afirmo que, aunque no entiendas, si guardas en tu corazón las palabras de Jesús aprenderás. Y, quizá más adelante, el Espíritu ilumine en tu alma lo guardado.

(TP03J)

Quien come descansa

Quien tiene hambre busca el alimento, quien tiene sed busca la bebida, y no descansa hasta que encuentra lo que busca. Jajaja, perdonad los más jóvenes, pero me he acordado del «Carpanta» de mi niñez, y de todas las tretas que ideaba para conseguir –al final– un pollo asado. Pero, cuando conseguía el pollo, la historieta se acababa y descansaba el «héroe», porque ya podía, al fin, saciar su hambre. Y es que, al contrario de lo que le sucede al hambriento, el satisfecho se siente inclinado al descanso. Nada como una buena siesta tras una buena comida.

El que viene a mí no tendrá hambre, y el que cree en mí no tendrá sed jamás. Así vemos a san Juan, durante la Última Cena, reclinando la cabeza en el pecho del Maestro; descansaba en Cristo. Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y encontraréis descanso para vuestras almas (Mt 11, 28.29). Y cuando, ya resucitado, Jesús se aparece en el Lago a los suyos, los hace descansar comiendo con Él.

Jesús es tu Pan. Es tu orilla. Es tu descanso. Cuando comulgues, no digas nada; sólo cierra los ojos y reposa en Él. Estás en casa.

(TP03X)

Malditas prisas

Quizá en la misa dominical transcurre más tiempo entre el momento de la comunión y el «podéis ir en paz» con que el sacerdote concluye la celebración. La comunión se alarga por la afluencia de fieles, después el párroco os castiga con los consabidos avisos, etc. Pero, en los días laborables, cuando la Misa termina, apenas hace dos o tres minutos que hemos comulgado. Y el cuerpo de Cristo permanece en el nuestro durante cerca de diez minutos, que es lo que tarda la Hostia en disolverse. Durante ese tiempo, somos sagrarios vivientes. ¿Por qué salen tantos de estampida al finalizar la Misa?

Es mi Padre el que os da el verdadero pan del cielo. Porque el pan de Dios es el que baja del cielo y da vida al mundo. Sin mucho esfuerzo damos las gracias a cualquiera por cualquier favor, como se las doy yo a Pedro, el dueño del estanco, cuando, de vez en cuando, me regala un mechero. ¿No podemos permanecer unos minutos en la iglesia, al finalizar la Misa, para agradecer a Jesús el don de su cuerpo mientras aún está en nosotros, y para saborear tan delicioso manjar? ¿Tanto tenemos que hacer?

Malditas prisas.

(TP03M)

¿Qué buscas al comulgar?

Como aquella vez en Cafarnaún, cuando, tras sanar Jesús a la suegra de Pedro y a multitud de enfermos, el pueblo entero amaneció buscando al Señor, así ahora, tras multiplicar Jesús los panes y los peces, multitudes se embarcaron y fueron a Cafarnaún en busca de Jesús. Son los mismos que, el día anterior, quisieron hacerle rey. Sus miras eran estrechas y terrenas. Querían un rey que alimentase al pueblo. Pero Cristo no ha venido al mundo con esa misión.

Me buscáis no porque habéis visto signos, sino porque comisteis pan hasta saciaros. Trabajad no por el alimento que perece, sino por el alimento que perdura para la vida eterna. Cristo ha venido a entregar vida eterna al hombre; al saciado y al hambriento. Pero muchos hombres prefieren llenar el vientre a saciar el alma.

En cuanto a nosotros, al comulgar con hostias tan pequeñas, nadie duda de que no buscamos saciar el hambre del cuerpo. Pero ¿qué buscamos al comulgar? ¿Discernimos el cuerpo y la sangre de Cristo? ¿Abrimos de par en par el alma, para que la comunión no quede reducida a mera deglución? ¿Dejamos que el Señor entre hasta el fondo y sacie nuestra hambre más profunda?

(TP03L)

El resucitado hambriento

Patidifuso me quedo cada vez que conozco a un cristiano a quien no le gusta comer. Ya sé que tiene que haber gente para todo, pero me cuesta entender a esas personas. ¿Cómo gozarán en el banquete celeste si sólo se piden una lechuga y una botellita de agua? Bueno, no tengo por qué entenderlo todo. Allá ellos.

Personalmente, me gusta comer y beber. Me gusta, sobre todo, comer y beber con buenos amigos. No me avergüenzo. Y me encanta comprobar que Jesús resucitó con un hambre terrible.

Les dijo: «¿Tenéis ahí algo de comer?» Ellos le ofrecieron un trozo de pez asado. Él lo tomó y comió delante de ellos. Por eso los apóstoles dieron testimonio de haber comido y bebido con el Resucitado.

A ese banquete nos sumamos en la Misa. Allí comemos y bebemos a lo grande con el mejor de los amigos. Y, como es banquete de bodas, también, a besos, lo devoramos a Él. Pero, a diferencia de cualquier otro banquete, la Misa siempre nos deja con hambre. Tras haber gozado ese manjar, queremos todavía más. No estaremos satisfechos hasta que el velo se rasgue y nuestros ojos, ya resucitados, vean el rostro del Novio.

(TPB03)

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