La Resurrección del Señor

Fiestas de los santos – Espiritualidad digital

No callemos a Cristo

Si nuestra pretensión, como cristianos, consistiera en salvar el alma, tendrían razón quienes nos dicen que la religión pertenece a la esfera íntima y privada de cada persona. Yo rezo, procuro salvar mi alma, y los demás que se apañen como puedan o, si lo prefieren, que se vayan al infierno; allá ellos.

Pero nuestra pretensión, como cristianos, no queda reducida a la salvación del alma. Nuestro propósito es inmenso, inconmensurable, tan amplio como el horizonte. Pretendemos que todos los hombres crean en Cristo, que todas las almas se salven, que Jesús sea amado y adorado en los confines de la tierra. ¡Ahí es nada!

Id al mundo entero y proclamad el evangelio a toda la creación. Por eso nadie puede callarnos, aunque se burlen, aunque nos persigan, aunque nos maten. Y si, por respetos humanos, por vergüenza, o por ese aburguesamiento que nos lleva a no querer salir de nuestra «zona de confort» callamos, privamos al mundo de la luz y pecamos contra Cristo.

Permite que te lo repita: tu fe no es asunto tuyo, no es materia privada. Nuestra fe es expansiva como los rayos del sol. Y, si no eres fiel a ese espíritu, no eres cristiano.

(2504)

El secreto de José

¡Qué sencillo es el secreto de José! Se puede resumir en una frase: Conocer la misión que Dios te ha encomendado, y entregar la vida a esa misión. Punto.

Ayer me comentaba un feligrés que, en América Latina, no se usa el verbo «desvivirse». Qué lástima, es un verbo precioso. Y define a la perfección lo que hizo José. Su vida fue un desvivirse para que María y Jesús vivieran.

José, hijo de David, no temas acoger a María, tu mujer, porque la criatura que hay en ella viene del Espíritu Santo. Dios puso en sus jóvenes manos sus tesoros más preciosos: a su Hijo único y a su esposa. Y José los custodió, pero no como quien custodia un collar en un joyero, sino dando la vida, desviviéndose día a día por María y Jesús. Y todo ello lo hizo en silencio, como quien se encoge de hombros y se quita importancia. ¡Es tan fácil querer a san José!

Recuerda el secreto de José, es sencillo: No tienes que inventar nada, ni cargarte de iniciativas, sino desvivirte por lo que el Señor te ha encargado custodiar: tu fe, la limpieza de tu cuerpo, tu familia, tus amigos… ¡tu alma!

(1903)

Nihil sine Petro

Cuando san León Magno intervino en el Concilio de Calcedonia, todos los participantes en aquella asamblea gritaron a una: «Pedro ha hablado por boca de León».

Si Cristo se ha perpetuado en la Historia a través de su cuerpo místico, que es la Iglesia, también Pedro, a su manera, se ha perpetuado a través de la institución divina del papado. El Papa, sea quien sea, es Pedro. No del modo en que el cristiano es Cristo, desde luego, pero sí porque ha heredado aquel carisma con que Cristo bendijo a Simón. Se puede decir que, a través del Papa, Pedro sigue hablando en el siglo XXI.

En Pedro –en el Papa–, la Iglesia mira a Cristo y le dice: Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo. En Pedro la Iglesia recibe la gracia del Padre, que está por encima de la carne y de la sangre. Desde Pedro, esa gracia se derrama, a través de los ministros, hasta el último bautizado.

Rezar por Pedro –por el Papa– es rezar por nosotros, porque todos recibimos la gracia santificante a través del cuerpo místico. Y, en ese cuerpo, Pedro es el primer eslabón, el «dulce Cristo en la tierra».

(2202)

Reza, y déjate comer

Cuando envió a aquellos setenta y dos discípulos a predicar, Jesús podría haberles dicho: «Os envío como conquistadores de almas, como soldados del ejército de Dios». Todo ello hubiera sido cierto. Pero la imagen que empleó el Señor es, a primera vista, desconcertante: Os envío como corderos en medio de lobos.

Es preciso mirar a la Cruz para entenderlo. La figura del cordero en medio de lobos expresa a la perfección el sacrificio de Cristo, prolongado en el apóstol. Porque el cordero, que era sacrificado por Israel en la noche de Pascua, estaba totalmente entregado a Dios y era totalmente consumido por el pueblo.

El envío de aquellos setenta y dos es, también, el vuestro. Estáis llamados a ser conquistadores de almas, pescadores de hombres. Pero no realizaréis esta misión con la fuerza, ni tampoco con vuestras dotes de persuasión. La llevaréis a cabo, como Cristo, desde la Cruz: entregando vuestras vidas a Dios en sacrificio de obediencia, y dejándoos comer por los hombres con la mansedumbre del cordero.

Es sencillo, aunque sea difícil: ama a Dios, y déjate comer. Reza hasta que se te derrita el corazón en el pecho. Después, deja que los demás se vivan tu vida.

(2601)

“Evangelio

Caerse del caballo y subir a la Cruz

Vivimos tiempos extraños. La búsqueda de la verdad ha sido reemplazada por la afición a lo impactante. Lo que no conmueve no existe, y lo ordinario aburre. Vamos mal, porque, como sucede con las adicciones, cada vez necesitamos un impacto mayor para conmovernos. En ambientes «piadosos» sucede lo mismo. Gustan las conversiones escalofriantes: Trabajaba en un prostíbulo, y ahora es religiosa de clausura. Practicaba abortos, y ahora reza tres rosarios al día. Traficaba con droga, y ahora es monje camaldulense. Quienes hemos ido a misa desde pequeñitos y no hemos descendido nunca a las alcantarillas de la perversión somos un aburrimiento.

Pero, tras el impacto, está todo por hacer. La santificación es obra de toda una vida. Convertirse es como enamorarse: no tiene mérito, te viene como una ola y te tumba. Pero después hay que entregar la vida al ser amado, y eso conlleva esfuerzo y sacrificio. He visto conversiones frustradas. Les gustaba llorar en la oración, pero no quisieron subir a la Cruz.

Id al mundo entero y proclamad el evangelio. La grandeza de Pablo está en que, tras caer del caballo, entregó su vida al apostolado. Por eso celebramos su conversión: porque fue sellada con el martirio.

(2501)

“Evangelio

¿Y no nos escandaliza?

Nos hemos acostumbrado, ya no nos escandaliza. Tanto peor para nosotros, hemos perdido la sensibilidad necesaria para temblar de asombro. Deberíamos volver atrás, al primer anuncio, y recuperar el escándalo. Porque toda la liturgia de hoy parece escrita para romper esquemas. La oración de después de la comunión anuncia «la fiesta de quienes, incapaces todavía de confesar de palabra a tu Hijo, han sido coronados con la gracia celestial».

¿Cómo es posible que, ante una masacre que tiñó de sangre las cunas de cientos de niños, ante el llanto de Raquel, que llora a sus hijos, y rehúsa el consuelo porque ya no viven, la Iglesia se alegre y haga fiesta en este día? Semejante atrevimiento pide a gritos una explicación.

Y ésta es la buena noticia: Ha venido la Luz al mundo, las tinieblas se han poblado de claridad, la muerte se ha convertido en camino hacia la Vida. Si el Hijo de Dios ha bajado a la tierra, a través de Él sube el hombre al cielo. Hemos salvado la vida, como un pájaro, de la trampa del cazador (Sal 124, 7). Hoy Raquel sabe que sus hijos viven, hoy cesa su llanto y debería cesar el nuestro.

(2812)

“Evangelio

Necesitamos los belenes

¡Qué sería de nuestra Navidad sin los belenes! Los ojos necesitan posarse en esas figuras para que, a través de ellas, el alma acoja, por la fe, la buena noticia que proclaman.

Siglos atrás, Moisés rogó a Yahweh que le mostrara su rostro. Y Yahweh le respondió que su rostro no lo podría ver. El profeta se dio la vuelta mientras Dios pasaba, y, al volverse, apenas alcanzó a ver su espalda.

Hoy, Juan nos anuncia la vida eterna que estaba junto al Padre y se nos manifestó (Jn 1, 2). ¿Sabes lo que eso significa? ¡Que Dios se ha girado hacia nosotros, se ha dado la vuelta y nos ha mostrado su rostro! El propio apóstol vio, en la santa faz del Redentor, el rostro de Dios. Pero, antes, lo vieron María y José en Belén.

¡Dichosos ojos nuestros, que podrán contemplar un día la belleza del más hermoso de los hijos de Adán! Hasta que ese día llegue, necesitamos los belenes, los crucifijos y, sobre todo, el blanco inmaculado de la Hostia. Clavando en ellos la mirada, entra en el alma la luz.

Entró también el otro discípulo, el que había llegado primero al sepulcro; vio y creyó.

(2712)

“Evangelio

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